Aquél 14 de diciembre de 2002
Paraná era una fiesta. Habíamos llegado
con mi madre al mediodía y ahí nos abrazamos por primera vez con mis compañeros
del foro. En realidad, nos conocíamos desde
hacía casi un año antes a través de internet. Pero ahora podíamos tocarnos,
abrazarnos, ver que éramos reales. Teníamos algo en común: el amor, la locura
por la poesía. Y la amistad. Esa amistad que no era para nada virtual sino que se
había forjado verso a verso, golpe a golpe, como diría Machado. Allí conocí a
Cris Chaca, Gustavo Tisocco, Gladis Moine, Anita Buquet (de Uruguay), Karina Sacerdote y Marial Lázaro
(una exquisita venezolana que vino especialmente para el encuentro de poético
de esa noche), entre muchos otros. Estuvimos en el hotel hasta que se hizo la
hora de partir hacia la Casa de la Cultura. Salimos en el auto de Silsh con las
indicaciones precisas para llegar:” Dos cuadras a la derecha, dos a la
izquierda y ahí está; no te podés perder”. Seguimos las instrucciones al pie de la letra,
pero de la Casa ni noticias. Nos recorrimos todo Paraná varias veces y nada. Decidimos ir
las radios, pero nadie supo decirnos donde estaba la bendita Casa de la
Cultura. Dimos vueltas y vueltas, nos bajamos en los lugares más insólitos, sin
éxito. En uno de esos sitios, Silsh –ya un poco mufada- arrancó con todo sin
percatarse que yo tenía medio cuerpo
afuera del auto. Con todas mis fuerzas me tiré hacia adentro del habitáculo,
con tanta suerte que caí sentado en el asiento trasero. Con el tiempo, me
enteré que en Buenos Aires había hecho lo mismo con un estimado compañero de
letras. Por casualidad, dimos con la Casa. Está frente a la plaza principal y
habíamos pasado como cien veces por allí. Llegamos con cuarenta minutos de
retraso, pero el acto pudo continuar sin tropiezos. En cuanto a Silsh, ya están
advertidos: suban con precaución a su auto.
© Juan José Mestre.
1 comentario:
Yo sospecho que Silsh, antes de ser poeta, fue asesina serial Juanjo. Ya te debe haber contado alguno, o yo mismo, que cierta vez que en barra acabábamos dejar a una amiga en su casa, arrancó con tutti y me llevó arrastrado sobre la puerta unos diez metros. Tuviste y tuve la suerte de vivir para contarlo. Abramos registro por ver si hay más víctimas del volante impetuoso de nuestra amiga, que sigue siéndolo...
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