LA NEGRA
Era una abogada brillante. Pero
tal vez, su rasgo más característico lo
constituía la gracia que poseía. Fue, sin exagerar, la versión femenina de
Alberto Olmedo. Uno la miraba y ya se sonreía. Y ella casi nunca lo hacía. Pero
te hacía reír aunque no quisieras. Un día, nos llevaba a la terminal de Rosario
a mi madre y a mí. Tenía un Fiat Spazio de dos puertas y mi vieja iba atrás. Al
momento de bajarse y de tantas bromas que hacía, no pudo con su humanidad y
quedó sentadita en el piso del auto. Patricia
la sacó a los tirones mientras le decía de todo. Casi se descompone de las
risotadas la pobre. Y la Negra sin esbozar una sonrisa. Era el ser más noble
que he conocido. Laburadora como pocas, trabajó toda su juventud para pagarse
los estudios. Nunca dejó de hacerlo. Era una máquina de generar trabajo la
Negra. Cuando enfermó y le confirmaron cáncer de médula, ella misma me llamó y
me dijo: Flaco, no me dejes sola, tengo miedo. No la dejé: la llamaba todos los
sábados y cuando tenía fuerzas atendía.
Se fue hace doce años, el 22 de septiembre. Tenía sólo cuarenta. Como recuerdo
atesoro un mapa celeste hecho por los mayas y este poema que duerme en sus
manos:
EL CIELO QUE ME REGALASTE…
Y se te fue la vida,
Muchacha linda…
cual agua cristalina
que busca su cauce.
Con toda tu ilusión,
con todos tus logros.
Y se me quedan tus recuerdos,
que hoy me duelen,
pero son recuerdos felices,
felices y plenos…
Y se te fue la vida, amiga mía…
Y te prometo una cosa
Llevarte en mis recuerdos
Como un bello tesoro,
y recordaré tus risas,
y recordaré tus horas
que tú me regalaste,
y soñaré despierto,
y un arcoíris de más
de siete colores,
porque tendrá uno más:
el color de tu alma dulce
y yo sabré que ahí estás,
sonriendo por mi dolor,
y algún día, quizás algún día…
comprenderé que te fuiste al
cielo,
a un cielo que me regalaste,
pero aquí en la tierra…
Ahora lo comprendo, pero todavía
tengo esos moretones en el alma, esos de los que me hablaba Valo el otro día.
© Juan José Mestre.
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