El sol,
esa pátina difusa que cubre la mañana,
no alcanza.
Tampoco sirve la desnudez de los árboles
o el canto ominoso
de los pájaros ateridos.
Un microcosmos
sombrío y turbio se ha convertido
en neófito dominador de los confines.
La esperanza ha desaparecido:
es una fútil necedad
el buscarla.
Nada es posible cuando lo irrevocable decide.
© Juan José Mestre
martes, noviembre 13, 2012
lunes, noviembre 05, 2012
HAY EL AZUL
hay el canto y la locura
el milagro y el misterio
de la brisa y de la niebla
hay un sollozo y hay la
vida
incrustada en los espejos
(narcisista en el atisbo
receloso)
del espacio
que puede hacerle sombra
en el umbral del Tiempo
hay un inicio
un final
un entretanto
la sangre de Dios
el arte
esa melancolía por lo
excelso
que muere en aras de un
responso
–vitral encendido en soles–
cuando el azul
vuelve al lógico desvarío
de ser aguamarina tácita en el adagio
© Juan José Mestre – “Indicios”,
pág.
109
domingo, noviembre 04, 2012
41º Encuentro Nacional Argentino- Irlandés en Venado Tuerto
El día pintaba feo a la mañana,
pero cercano el mediodía comenzó a despejarse el cielo y se hizo una hermosa
tarde. Perfecta para estar al aire libre en el parque de Sociedad Rural. Y se
fue creando un clima cordial, de una
calidez y una alegría muy difícil de explicar, pero muy placentero como
vivencia. Música, danza, bebidas y comidas tradicionales lograron una mixtura bellísima,
única. Las canciones de Caren Jordan, las danzas de los distintos ballets, un
grupo que fusiona Rock, jazz y otros ritmos
música tradicional irlandesa, hilvanaron el crepúsculo hacia una nostalgia
alegre, tan parecida de estos descendientes de aquellos irlandeses que,
enamorados de estas tierras, las hicieron suyas. Son seres abiertos, íntegros,
con un gran amor hacia la tierra que los cobijo en su verde para que no se
borrara aquel de sus ancestros. Buena gente y llena de amor. Esa es la
síntesis.
© Juan José Mestre.
viernes, noviembre 02, 2012
SIEMPRE HAY TONTOS
Siempre hay tontos. En todas partes. En todos lados. Que son pobres. Y felices. Que son blanco de las pullas de aquellos que creen en la dicha empaquetada y la dignidad vestida con lo último de Armani. Siempre hay tontos que creen en la igualdad, en la amistad sin condiciones, en la simpleza, los países sin fronteras, en aquel baile universal de Zorba, en la libertad, la compasión, la piedad, en la vida y en la risa. Siempre hay tontos. No se puede luchar en su contra: son muchos y están en todas partes. Al final de la jornada serán los vencedores.
© Juan José Mestre
jueves, noviembre 01, 2012
NOVIEMBRE
Algo extraño esconde este noviembre
indeciso como la primavera indecisa:
fluctuante en los nardos y en la lluvia,
incierto como la incertidumbre misma
se cuela por los intersticios del alma
y pulveriza a la ilusión…
…que siempre se alimenta de imposibles…
© Juan José Mestre
miércoles, octubre 31, 2012
LOTERIA FAMILIAR
La familia se había reunido.
Éramos nosotros y unos cuantos hermanos de mi abuela. Yo tenía un precioso
juego de lotería, regalo de mis padres.
Empezaron a jugar al bingo familiar con ese desparpajo tan común en alguien que
espera pasar una agradable velada. En
medio del juego, yo pedí “cantar” los números. Me dieron las bolillas. Al poco
rato, el tío “Palo” comenzó a protestar por mi demora y mi “tartamudez”. Al
principio, nadie le hizo caso. Pero fue tanta la insistencia y su enojo que mi
mamá optó por quitarme las dichosas bolillas. Comencé a llorar y mi madre estalló.
Me levantó en una forma violenta e irracional. Me llevó a la pileta de la
cocina, abrió la canilla con toda su fuerza y metió mi cabeza bajo el chorro de agua. Nunca sentí tanta
desesperación como aquella vez. No recuerdo cómo terminó la reunión, pero sí
que mi madre dejó una parte de su ser en ese hecho que nunca pudo perdonarse y
que –después- me pedía que no se lo recordara porque le hacía mal. Es que en esa noche se
dejó llevar por un tipo que era la imagen del fracaso. Por alguien que después pagaría
tanta arrogancia de la forma más cruel, pero esa es una historia tan vieja como
el hombre: no ser capaz de aceptar al otro tal cual es.
© Juan José Mestre.
martes, octubre 30, 2012
TULES
Esta
Y tú, ¡eras tan joven! Si me parece ver tus ojos en llanto solamente por ver los míos en llamas... Así, nos fuimos perdiendo entre palabras huecas, excusas que nos inventamos para poder ver en el mañana una pizca de azul en el cielo, con tus culpas por no amarme. Con las mías por hacerlo.
Eso fue todo lo que hubo entre nosotros. Un puñado de errores que la inercia de la niebla fue desdibujando hasta convertirlo en grises apagados, en luces que se quedan atrapadas por las sombras. Hoy no soy nada. Sólo el agujero negro de mis cuencas sirve para contener aquella imagen raída por el triste crespón de la lejanía.
© Juan José Mestre.
TULES
No recuerdo en qué momento la niebla me fue cubriendo de ausencia y olvido. Seguramente, fue en el instante aquel en que te dije que te amaba, pero no iba a luchar por retenerte. Sabía que era lo mejor para nosotros, que nada tenía para darte: ni siquiera el amor era suficiente, ni siquiera mi dolor me daba derecho a someterte a la mísera existencia de mis días.
Y tú, ¡eras tan joven! Si me parece ver tus ojos en llanto solamente por ver los míos en llamas... Así, nos fuimos perdiendo entre palabras huecas, excusas que nos inventamos para poder ver en el mañana una pizca de azul en el cielo, con tus culpas por no amarme. Con las mías por hacerlo.
Eso fue todo lo que hubo entre nosotros. Un puñado de errores que la inercia de la niebla fue desdibujando hasta convertirlo en grises apagados, en luces que se quedan atrapadas por las sombras. Hoy no soy nada. Sólo el agujero negro de mis cuencas sirve para contener aquella imagen raída por el triste crespón de la lejanía.
© Juan José Mestre.
lunes, octubre 29, 2012
¿CÓMO HICIMOS?
¡CÓMO HICIMOS?
Por esos insondables misterios que
tiene la vida, nos conocimos. Y por esos misterios, también, hemos elevado al
universo el inescrutable canto de la amistad. Pero no quiero arrogarme méritos.
Recuerdo que Tina, en primer año, quien vino a buscar unos apuntes y yo la recibí
con una camiseta musculosa pavorosamente horrenda. Aún así, consiguió los
apuntes. Y esto no es un dato menor en mi vida, ya que fue ella, también, la
primera chica que se acercó a esta casa en los quince años que por entonces tenía
en este plano.
Después, siempre estuvo presente,
incluso en esos años en que se fue de Venado. En medio, cinco años de
secundario fueron suficientes para sentirnos amigos. Y pasó esto que quiero que
explique, palabras más, palabras menos,
Mario Benedetti:
"... sé por primera
vez
que tendré fuerzas
para construir contigo
una amistad tan piola
que del vecino
territorio del amor
ese desesperado
empezarán a mirarnos con
envidia
y acabarán organizando
excursiones
para venir a
preguntarnos
cómo hicimos.”
Es que la amistad, esa sublime forma
que toma el amor, es maravillosa. Maravillosa porque siempre está, sin
egoísmos, con flores o con espinas y aún con desencuentros. Pero está y se
percibe en la mirada del otro. Tal como lo percibo yo en la mirada de Tina.
viernes, octubre 26, 2012
Les diré que te recuerdo
“Cuando los ángeles pregunten por ti, les diré que te recuerdo.” Desde mis más lejanos años había escuchado esta frase en los labios de mi abuelo. En árabe adquiría una ternura cautivadora. Apenas dos estrofas de una antigua canción libanesa que seguramente había perdido en su bagaje de inmigrante. Las pronunciaba casi pudorosamente, como un rezo inacabado, lamentación atávica de tanto exilio.
Los años fueron aquietando los recuerdos y en esa duermevela de la mente quedaron refugiados. Un día de mediados de los setenta, en pleno otoño y con la pachorra de la siesta sobre mis hombros, caminaba yo por las calles de Rosario mirando en las librerías aquello que se vendía como oferta.
No sé por qué me detuve en una mesa donde se exhibían libros viejos, justo enfrente de uno que estaba al lado de La Metamorfosis de Kafka. Tenía tapas rosadas y su título hizo un tumulto en mi alma: “Les diré que te recuerdo”, de Wiliam Peter Blatty.
Lo tomé en mis manos temblorosas, pagué los pocos pesos que valía y me senté, conmocionado, en un banco de la peatonal Córdoba a hojear aquel tesoro de tres monedas. Al autor lo conocía por El Exorcista -¿quién no?-, pero en sus páginas me aguardaba la más excepcional biografía de mi abuelo hecho madre de un escritor norteamericano.
De eso trata el libro: una amorosa mujer libanesa que se desangra por el amor a su hijo. Todos los detalles, por nimios que sean, son un calco de la vida y las acciones de ese hombre que fue mi amigo cuando yo no los tenía.
Lo he leído cientos de veces hasta que creí que debía dejarlo descansar junto al sueño del abuelo. Hasta no hace mucho tiempo estuvo casi intacto en la mesa de noche de mi madre. Digno lugar para vivificar recuerdos de esa juventud que aún hoy vuelve de paseo y se queda un rato, juguetona, displicente en su sutil melancolía.
© Juan José Mestre
jueves, octubre 25, 2012
LETICIA
¿sabes que recuerdo tus ojos
conjugando tristezas en gris y azul
cada mañana?
¿sabes cuánta nostalgia despiertan
las auroras llenas de verdor
cuando en el cielo de octubre
juegan con tu nombre?
¿sabes que en el momento en que
veo al colibrí libar en una azalea,
los ecos de las eras me traen
la tibieza de tu abrazo, Amiga?
© Juan José Mestre
miércoles, octubre 24, 2012
UNA TARDE PERFECTA
Llegamos, mi madre y yo,
alrededor del mediodía a la casa de Gustavo Tisocco en Buenos Aires. El
anfitrión ya estaba horneando chipás con queso y, mientras terminaba con su primera
tanda, compartimos unos mates. El almuerzo fue una ingente cantidad de esos
panecillos regados con un excelente vino. Los demás invitados fueron arribando de a poco y, por cada uno de ellos,
salía una nueva horneada. Así, fue transcurriendo la tarde entre charlas con la
música de la preciosa discoteca de Gus, las serigrafías de Beatriz Martinelli, Silsh cantando en voz
baja los tangos de Goyeneche, la simpatía de Aletse Santiago hablando de los
pájaros de Cancún, las ganas de bailar chamamé de Cris Chaca, los sueños de Karina
Sacerdote, la poesía, la amistad, los comentarios de la noche anterior en el Centro
Cultural General San Martín… En las estribaciones del ocaso, salimos en estado
de gracia, con una sensación de calidez que nos unió para siempre. Fue una
tarde perfecta y mucho más: un ensueño dorado en la fría jornada de mayo. Es que
mayo tiene –aun con sus destemplanzas- ese encanto otoñal, poético como pocos.
© Juan José Mestre.
lunes, octubre 22, 2012
LOS HILOS DE LA HISTORIA
El 6 de junio de 1944, conocido como el "día D", los aliados iniciaron el desembarco de un ejército de más de 150.000 soldados (73.000 norteamericanos y 83.000 británicos y canadienses) sobre las playas de Normandía.
Fue la batalla más devastadora de la historia. Al amanecer del día siguiente del final de los combates, el Comandante en Jefe de las operaciones, General Dwight David "Ike" Eisenhower caminaba pensativo observando la baja moral de sus tropas. Es que, a pesar del triunfo, aquello era dantesco. Los muertos y heridos se contaban por millares. El cansancio y la impotencia que había asaltado a aquellos hombres, estaba haciendo estragos en esas almas.
Conocedor de su oficio, el General llamó a la banda, formó las tropas y dio la orden de ejecutar aires marciales para elevar la moral.
No hizo falta mucho tiempo para que empezaran a resonar los sones de una marcha escrita muy lejos de allí, y cuyo autor la ejecutara por vez primera en el violín para arrullar el sueño de su pequeña hija en febrero de 1901.
Según cuentan, la escribió casi en su totalidad sentado en un banco de la plaza San Martín de Venado Tuerto.
Cayetano Alberto Silva, que de él se trata, es el creador de la marcha San Lorenzo, en alabanza al Combate del mismo nombre y bautismo de fuego de los Granaderos de San Martín en 1813. Luego, la vida castigó duro y partió hacia Rosario, ejerció su profesión y terminó siendo policía. Al morir por serios problemas de salud en 1920, esa institución le negó sepultura en el Panteón Policial por ser de raza negra, por lo que fue sepultado sin nombre.
Sin embargo sus restos fueron trasladados en 1997 al Cementerio Municipal de Venado Tuerto a través de gestiones efectuadas por la Asociación Amigos de la Casa Histórica “Cayetano A. Silva”. Esta casa, sede del museo regional, Archivo Histórico, y sede de la Banda Municipal, tiene domicilio en Maipú 966, Venado Tuerto, y es en la que vivió el compositor.
Pero la Marcha no sólo estuvo en Normandía: Es que se hizo con el tiempo famosa en otros países hasta tal punto que fue ejecutada el 22 de junio de 1911 durante la coronación del rey Jorge V con la autorización previa solicitada a nuestro país por el gobierno inglés. Lo mismo ocurrió para la coronación de la reina Isabel, actual soberana inglesa. Además se ejecuta en los cambios de guardia del palacio de Buckinghan, modalidad que fue suspendida en el tiempo que duró la Guerra de las Malvinas. También fue tocada por los alemanes en París cuando durante la Segunda Guerra Mundial marcharon por las calles de esa ciudad. Curiosamente también el general Eisenhower la hizo ejecutar -otra vez- al ingreso triunfal del ejército aliado que liberara a los franceses.
Es que los hilos de la Historia tejen ese misterioso azar llamado condición humana.
© Juan José Mestre
sábado, octubre 20, 2012
HISTORIA SIMPLE
Esta historia es muy simple: en las bodas de platas de nuestra promoción, estábamos tomando un café y Leti me regaló este sobrecito de azúcar. Es un fragmento de un poema de Amado Nervo: Cobardía:
Pasó con su madre. ¡Qué rara belleza!
¡Qué rubios cabellos de trigo garzul!
¡Qué ritmo en el paso! ¡Qué innata realeza
de porte! ¡Qué formas bajo el fino tul...
Pasó con su madre. ¡Qué rara belleza!
¡Qué rubios cabellos de trigo garzul!
¡Qué ritmo en el paso! ¡Qué innata realeza
de porte! ¡Qué formas bajo el fino tul...
Pasó con su madre. Volvió la cabeza:
¡me clavó muy hondo su mirada azul!
Quedé como en éxtasis... Con febril premura,
«¡Síguela!», gritaron cuerpo y alma al par.
...Pero tuve miedo de amar con locura,
de abrir mis heridas, que suelen sangrar,
¡y no obstante toda mi sed de ternura,
cerrando los ojos, la dejé pasar!
¡me clavó muy hondo su mirada azul!
Quedé como en éxtasis... Con febril premura,
«¡Síguela!», gritaron cuerpo y alma al par.
...Pero tuve miedo de amar con locura,
de abrir mis heridas, que suelen sangrar,
¡y no obstante toda mi sed de ternura,
cerrando los ojos, la dejé pasar!
viernes, octubre 19, 2012
ÁNGELES Y DEMONIOS
Esto no va a ser fácil. Quiero escribir
sobre mí en primera persona. Hasta ahora lo he hecho a través de mis poemas y
prosas. Mis escritos. Hoy quiero develar
quién soy, sin metáforas ni eufemismos. La aceptación y el perdonarme
han sudo los ejes de mi vida. Recuerdo un quiebre en mi vida (hubo muchos) pero a estos los alojé en un lugar inasible de mi memoria) que me terminó de
moldear tal cual soy, fue en la boda de
Leti y Jorge. Cuando terminó la fiesta pasaron el video de lo que había sido la
noche. Ahí estaba yo, con mis movimientos y mi voz distorsionada. Quedé en shock.
Era mi imagen sin filtros de ninguna especie. Hasta ese momento, me había hecho
una que pudiera soportar. Pero no era yo. Era un avatar similar a lo que era,
pero no yo. Tuve que aceptarla, no tenía remedio. Luego vino la impresionante
tarea del perdón. Me costó muchísimo, pero lo voy logrando día a día. Minuto a minuto. He pasado las mil y una para llegar a
ser lo que soy: un tipo con muchas limitaciones, pero también muchas potencialidades.
Un tipo que debe muchas materias, pero va aprobando – despacio- otras tan
importantes como las primeras. No estoy enojado con lo que soy, pero tampoco feliz. No es fácil ser diferente, aunque todos lo
somos. Parafraseando a Orwell, hay algunos más diferentes que otros. A estas
alturas, estoy más libre que nunca en mi
vida. Tengo a mis amigos y me voy reencontrando con la familia. Claro que tengo
mis demonios todavía. Uno de los temas aún no resueltos es el de mantenerme
célibe. Tal vez fuera por propia decisión, quizá por mi discapacidad; no lo sé.
Sea como fuere, sigo practicando la aceptación y el perdón. Sin ellos, no
estaría escribiendo mi historia tal como ahora. Historia que sigue abierta, inacabada,
tan inacabada como yo. Ese es otro misterio que ni la muerte puede cerrar. Todos
terminamos inacabados.
© Juan José Mestre.
jueves, octubre 18, 2012
ELEGÍA PARA UN GALLEGO
A MI PADRE
Desamparo de la muerte entre la fría melancolía de los duendes. Una mirada ausente, la sonrisa triste y suave, los pasos de mi viejo llorando huellas, la cabeza vencida por el cansancio, San Lorenzo en los domingos de Spica y Clarín porque se lo pedía, el casín y la loba en las tardes cuando la siesta se imponía, el pucho a escondidas, los sueños rotos de la vida, el amor entre susurros, las birras en el patio vestido de parra virgen, el verano que adoraba, el otoño que marcó la partida...
Una tumba, un recuerdo, un patoruzú que ya no leo, las naranjas Crush porque coca no había, el castillo en la exposición para el viaje de egresados y todos los misterios compartidos en la tierra y en el cielo que pintaba con el beso al mediodía, la casa que lo extraña, el sueño inmarcesible, el dulce celeste de sus ojos, Juancito para algún amigo, gallego para otros, un buen tipo para todos, Tía Vicenta maltratando a Illia, la tristeza de mi madre y mi recuerdo enamorado.
© Juan José Mestre
miércoles, octubre 17, 2012
LA CAMA
La abuela Paula siempre estuvo
enferma, pero aquella noche, internada en el Policlínico Chapuis, se moría por
enésima vez. Había rechazado la cuarta prótesis de fémur como consecuencia del
Mal del Parkiinson que padecía. Con Leti decidimos ir a verla porque los
tiempos se acortaban. Después de estudiar, llegamos a la tardecita y ya le
habían servido la cena. Estaba con mi tío Alberto que, en vano, intentaba darle
la sopa. El problema lo tenía con la cama ya que no podía ponerla cómoda: o muy
alto o muy bajo. Mientras tanto, la abuela mascullaba algo inentendible, pero
conociéndola no podían ser más que insultos para mi tío. Él, por su parte,
agotado de tanto bajar y subir, la levantó hasta el tope, de modo que la Paula
quedó sentada y con todo el peso de las
almohadas en las cervicales. Fue cuando, en un esfuerzo supremo, abrió
los ojos y le espetó: “¡bajame la cama, pelotudo!” Risas generales. Con Leti
salimos del sanatorio a las carcajadas. Ahí supimos que la abuela tenía un poco
más de vida de la que auguraban los médicos.
© Juan José Mestre.
martes, octubre 16, 2012
DISCURSO DE LAS BODAS DE PLATA PARA LA PROMOCIÓN 1975
La vida tiene estas cosas. Nos hizo creer que
el tiempo no había pasado. Y nos dio esta sorpresa.
Veinticinco años
se deslizaron para propiciar el reencuentro de una época como todas, con
alegrías y de las otras, de las que también nos hizo olvidar. Cuando llegó
aquella hora, aquella en la cual cada uno de nosotros tomó su propio camino, ni
siquiera nos dimos cuenta que terminaba algo; más bien, para nosotros empezaba
todo y la prisa era muy grande como para decirnos "Te veo dentro de
veinticinco años". Aún ahora suena absurdo, pero es verdad: Hicieron falta
estas Bodas de Plata de nuestra Promoción para volver a estar juntos.
Es cierto que
algunos de nosotros tenemos una vida en común, porque nunca nos separamos y nos
seguimos viendo, pero así y todo, lo hemos hecho como amigos, pero en este
juego de roles que la vida nos propone, jamás lo hicimos como compañeros.
Entonces, si este
mensaje trata de bienvenidas y recuerdos, deberemos decirles y decirnos:
Bienvenidos a todos a esta época de evocaciones, bienvenidos por los recuerdos
de nuestras esperanzas, de aquella época que fue única e irrepetible - como
todas las épocas de nuestras vidas -, pero única e irrepetible al fin.
Y fue así porque
nosotros, todos nosotros la hicimos así, porque en nuestros años de secundaria
despertamos al amor, a ese amor que era nuevo para la mayoría, y también
descubrimos la amistad, esa que perdura a lo largo de la vida, y las ilusiones
de un futuro que ni nos planteábamos seriamente, porque eran años para tomarlos
a la ligera, en los que hasta nuestras tristezas parecían más livianas
y hasta nos
hacíamos ilusiones de que éramos invulnerables.
Tiempo aquel en
el que cualquier tropelía cometida, nos parecía una hazaña de rebeldía, Porque
eran años rebeldes y cantábamos "La marcha de la Bronca" y nos
quedábamos extasiados con Pink Floyd o Deep Purple o con la guitarra prodigiosa
de Santana...
Porque leíamos
novelas baratas, pero también "Cien años de soledad", porque nos
copiábamos y eso sí que era una hazaña, porque tomábamos Coca Cola o café
después de ver "Las fresas de la amargura" en el Ideal y salir
destrozados por la injusticia.
Pero al día
siguiente, volvíamos con la inocencia incólume a nuestra rutina del colegio, a
los apuntes prestados, a los recreos nerviosos para recuperar una nota en los
cinco minutos que duraban... A los cigarrillos furtivos en el baño o en el
patio, a las bromas pesadas y nuestras peleas diarias, casi continuas...
Fue una linda época, porque el tiempo hace eso:
nos regala etapas y nos deja recuerdos que son casi todos hermosos y nuestros
dolores se van diluyendo como si se lavara una mancha, y nos queda sólo lo
bello, lo bello y lo blanco y no hay más cosas amargas y tristes. No hay
lugares tristes para nuestros recuerdos lejanos. Nuestros corazones no lo
permitirían.
Así venimos
esta noche, con el alma pura de nuestros
sueños jóvenes, muchos incumplidos, pero ¡qué importa! Nuestra realidad es
ésta, ésta de hoy y ya mañana habrá tiempo para pensar en esas cosas. Lo que el
hoy nos propone es este reencuentro de abrazos fraternos, de emociones fuertes,
de lágrimas de alegría y de ternuras calmas que todos nos merecemos. Hoy es
nuestra noche, debemos disfrutarla y estar todos juntos, juntos y amorosos.
Para seguir llenando nuestras almas de alegrías y nostalgias, de sentires y
amistades, de sonidos y aromas lejanos, de sabores casi olvidados, de facturas
y de chicles, de amores y desengaños, de personajes queridos y otros no tanto.
La vida tiene
esas cosas. Nos regaló esta noche, sin advertirnos siquiera qué cosas hacer
para finalmente recalar en este puerto del alma que tiene un muelle seguro e
incierto como el mar, un puerto que se llama corazón. Y claro, con el corazón
pleno de ternuras y recurrentes imágenes que devienen de un pasado hermoso, se
deslizará la noche hacia el mañana, que por cierto, nos dará la impresión de no
ser ya los mismos, aún siendo nosotros mismos.
Sí,
definitivamente, la vida tiene esas cosas y regalos como esta noche.
© Juan José
Mestre
lunes, octubre 15, 2012
MARÍA CECILIA
Llegaba todos los viernes a la
reunión en la casa de Marta Porri, y se sentaba a mi lado. Desde ese momento, permanecíamos
abrazados hasta el final. Delicada, muy
femenina, su riquísimo perfume que invadía todo el lugar, su voz suave engalanada
con palabras medidas, su mirada como ausentes, denotaban una sensibilidad
exquisita. Sensibilidad que se trasuntaba en su excelente gusto musical. Y lo
compartía, porque me regalaba un cassette cada semana. Además de grupo,
estábamos en contacto todos días: por la mañana, nos saludábamos por mail. En las
meditaciones estaba pendiente de mí y siempre me ayudaba a levantarme de
la alfombra. Admiro aún hoy su silencioso
recogimiento, casi como si no tuvi era nada que decir, del grupo, es la única
amiga que conservo. Siempre estuvo conmigo, incluso en el tiempo que nos
perdimos el rastro. María Cecilia Serrani es una persona muy importante en mi
vida. Me enseñó cómo se puede seguir siendo amigo a pesar de la distancia.
© Juan José Mestre.
sábado, octubre 13, 2012
APARECIÓ EN MI VIDA
Apareció en mi vida la noche de
la segunda presentación de mi primer libro. Simplemente, estaba allí con una
cantidad enorme de ricuras que ella
misma había cocinado. A la semana ya estaba comiendo en su casa. Lo que siguió
fue un constante brindarse con su inmenso corazón para ayudarme. Sin paqueterías,
sin figuraciones, perfil bajísimo. Es bella por donde la mires. También es dueña de un carácter afable y
directo, si tiene que decirte algo no te va a escribir una carta: te lo dice en
la cara y en el alma. Sólo puedo agregar que la quiero mucho y la admiro. Creo que
no es poco. Vive para sus hijas: Anto y Agos. Las tres son inescindibles. Ah,
se llama Mirian Vuscovich.
© Juan José Mestre.
viernes, octubre 12, 2012
LA COMUNIÓN
El 8 de noviembre de 1964 tomé mi
Primera Comunión. En realidad, todos los chicos católicos lo hacíamos. Pero llegar
a ello fue un arduo camino. Marga Graciano, mi maestra por aquel entonces, hizo
las veces de catequista y el Padre Ernesto Borgarino me tomó un pequeño examen
que aprobé sin dificultad. La dificultad surgió cuando la curia venadense se
dio cuenta de que no podría arrodillarme. Me negaron rotundamente la posibilidad de recibirla por ese motivo. No
hubo caso: por más que rogara y pidiera mi madre por una excepción, se
mantuvieron firmes. No se podía tomar la comunión de pie y mucho menos senado. Ya
vencida, mi mamá le comentó el hecho a la tía Pepa de De Diego, hermana de mi
padre y con llegada al clero. Sin dudarlo, mi tía fue a hablar con el obispo y
consiguió la venia. Fue el día más feliz de mi infancia. A las ocho de la
mañana me dieron la comunión y recuerdo que a la salida fuimos todos a formar
frente al colegio Santa Rosa. A las diez estábamos en casa y mi tía Pepa me
esperaba con un reloj pulsera que había comprado el Padre Jorge De Diego en Rosario y una torta amarilla y blanca. Eran los colores del Vaticano, pero acá
todavía no se sabía. Por la tarde, vistió el patio con manteles, guirnaldas,
platos y vasos de esos colores. Cuando terminó la fiesta con más de cincuenta
invitados, una breve tormenta de verano se llevó todo consigo. Sólo quedaron
algunos globos como recuerdo. Me quedó la felicidad de aquel día perfecto, sin
fisuras. Para mañana faltaban unas pocas
horas y había que sacarse la foto en el Estudio Bianco, muy de moda por
entonces.
© Juan José Mestre.
jueves, octubre 11, 2012
LA CARRERA
Cuando había carreras de autitos
en el barrio, era toda una fiesta. Nos juntábamos unos treinta chicos con nuestros
autos arrastrados a piolín y en cuanto el largador daba la orden, ¡a dar la
vuelta a la manzana! Eran autos hechos a mano por los mismos chicos, toscos,
muy rudimentarios… Pero servían. Obviamente yo no podía, pero mi tía Nilda, con sus trece años, ataba
el piolín en mi muñeca, me cargaba sobre
sus hombros y corría tan rápido como podía. Llegar, llegábamos… pero últimos. No
obstante, el placer de la bandera a cuadros no nos lo quitaba nadie. Era una suerte de regocijo y agotamiento totalmente asumido. Porque después
venían los comentarios de la carrera y
eso era lo mejor de todo. Que fulanito pasó a menganito aprovechando un vuelco
y esas cosas. La carrera nos llevaba toda
una tarde hasta que el ocaso nos
devolvía a nuestros hogares. Regresábamos excitados y cubiertos de polvo, de
ese polvo tan parecido a la gloria y masticando
la tierra de una calle todavía sin asfalto.
© Juan José Mestre.
miércoles, octubre 10, 2012
LA MANO DE YERO
El invierno se hace sentir. Hace seis
meses que mi madre partió. La tarde es apenas una penumbra macilenta. Voy a la
cocina a tomar algo. Solo, con mi perrito al lado. Falta mucho todavía para que
vuelva la señora. Se fue a pintura a eso de la una y hasta las ocho, con suerte,
no vuelve. Bebo una taza de una traza de
té frío que me dejara al irse. Regreso a mi habitación y, de pronto, el pánico.
Los pies se transforman en arcos muy cerrados, las piernas no me sostienen, el
piso se mueve y el cuerpo tiembla. La sudoración aumenta, el corazón late
desesperadamente. Me caigo. O por lo menos eso creo. Comienzo a gritar. Unos sonidos guturales que espantan. Trato de apoyarme en la pared, pero solo consigo acercar a ella mi mejilla izquierda.
Con ese único punto de apoyo, logro decir: “Dame la mano Yero”. El perrito se para en dos patas y me brinda su auxilio. Con él de la mano logro llegar al
escritorio y me siento. Me calmo , la llamo a Leti por teléfono. Charlamos un rato.
Le cuento. Me tranquiliza. Se ha ido. El pánico se ha ido. Ahora es cuestión de esperar unas tres horas más, sentado frente a
la compu. Yero se queda conmigo, alerta. Un poco agitado. En silencio. Esperando,
como yo, a que llegue la noche.
© Juan José Mestre.
martes, octubre 09, 2012
UN BUEN HOMBRE
UN BUEN HOMBRE
Se puede catalogar a mi abuelo
Nasif como un buen hombre y sin duda lo fue. Vivió para su familia y su
trabajo. Y los demás. Generoso como
pocos, se brindaba al prójimo sin condiciones. Pagaba las compras de las
mujeres que hallaba en la verdulería, incluida mi tía Pepa, por el solo placer
de de brindarse. Todos los mediodía esperaba la salida de las maestras de la
escuela 497, a la sazón en Rivadavia y Pavón, para ayudarlas con los útiles y
acompañarlas hasta su casa. Todos los días, puntualmente, se llegaba a la escuela
donde estudiaba mi tía Nilda ( la 540) para dejarle facturas para ella y sus
compañeros. Muchos le deben el trabajo de ferroviarios, muy bien remunerado en
aquella época, por sus recomendaciones. Todos los días compraba pan fresco y lo dejaba en
una cesta para quien no pudiera comprarlo. Sí, digo pan fresco porque él mismo
iba a comprobar que no lo habían cambiarlo. De mí no voy a hablar porque será
redundante contar tofo lo que me daba:
sólo voy a decir que nunca me voy a olvidar de lo dorado del sol al atravesar
la vitrina donde Sanesteban guardaba los pastelitos con almíbar que me compraba
cada día. Ese mismo hombre murió el 20 de julio de 1962, veinte minutos después de llevarme a comprar tizas de
colores. Ese hombre al que los recolectores de
residuos extrañaban porque en las madrugadas les alcanzaba una copita de
caña o de grappa.
© Juan José Mestre.
lunes, octubre 08, 2012
DON ROBERTO
Lo conocí siendo muy chico. Sabía (o lo supe después) que era muy amigo
de mi abuelo. En las hilachas de memoria que quedan de aquel tiempo, veo a un
hombre imponente, de voz profunda, cabello lacio negro, tez blanca y un mechón
que caía por inercia sobre su frente. Un hombre duro, pero poseedor de la más
infinita de las ternuras. Eso sí: imponía respeto. Nunca escuché que lo
llamaran más que como “Don Roberto”. De pocas palabras, decía siempre lo justo,
como un buen criollo por más ancestros irlandeses que tuviera. Lo vi por vez
primera en Córdoba, aunque, por la amistad con mi abuelo, las familias se
fundieran para formar una sola aquí, en Venado Tuerto. Se habían conocido –él y
mi abuelo materno- por ser ferroviarios. Y nunca más se separaron hasta su mudanza
a Córdoba. En mi mente sobrevive aquella quietud serrana de las vacaciones en
su casa. En esa época la diversión no existía y era un completo rélax sentarse
en la vereda y ver la puesta. Durante el día no quedaba otra cosa que ir a un
potrero cercano y ver un picado de fútbol que se armaba entre los chicos y
muchachones del lugar. Precisamente en uno de esos partidos estábamos mis
padres, Don Roberto y yo, esperando que se hiciera la hora del almuerzo. E l
griterío de quienes jugaban, la suave brisa de la mañana casi nublada y mi
inocente deseo de entrar a pegarle aunque más no fuera un empujón a la
improvisada pelota cuando era notorio que –sostenido por los brazos de mi
madre- lo único que podía hacer era agitar mis piernas que apenas rozaban el
suelo con desesperación, hicieron que aquello se oyera como un susurro: “La
puta madre que lo reparió”. Después, con los años, mi vieja me aseguró que Don
Roberto Boggan estaba llorando.
© Juan José Mestre
domingo, octubre 07, 2012
LA CAMINATA
Tal como le había dicho el Dr.
Pedro Osvaldo Sagreras a mi madre, comencé a caminar a los siete años. Así, de
repente, sin decir agua va. Según me cuentan –puesto que no sé por qué motivo este hecho se borró
de mi mente-, los gritos de mi madre sonaron tan fuertes que me caí
(literalmente) de culo. Lo cierto es que estaba sentado y mi abuela me tiró los
brazos y me paré con toda naturalidad y fui hacia ella. La felicidad de mi familia
era total. Así pasaron unos meses conmigo como en “Star Trek”, dedicado “descubrir
nuevos mundos” hasta que un día, tan inopinadamente como había comenzado, dejé
de caminar. Mi madre habló por teléfono con el médico y éste le dijo que me
llevara inmediatamente. Ya en Buenos Aires, en un minuto le dio el diagnóstico:
pie plano. Partió conmigo hacia la Ortopedia Beltrán, a
mejor de aquellos años. Allí me pusieron
unos horribles zoquetes blancos y me pararon dentro de una palangana con yeso
fresco. Hasta que fraguó no me dejaron ir, al tiempo que le indicaban esos
horribles zapatos “Pie Tutoris” que, junto a las plantillas formarían el arco
inexistente de mis plantas. Con ese karma volví a Venado y en dos años estaba
medianamente recuperado. Pero al susto de la palangana no me lo saca nadie.
© Juan José Mestre.
sábado, octubre 06, 2012
LETICIA
Margarita Kenny nos había dado
como tarea ir al cine el fin de semana. Daban una película que quería comentar
en su clase de psicología del lunes. Yo no
fui, Leticia tampoco. Y así, medio curso. Como siempre tenía todo previsto apenas
entró al aula, la dividió en dos sectores: los que sí, a la izquierda; los que
no, a la derecha. Yo quedé solo en mi banco con tanto recambio. De pronto, escuché que me decía ¿puedo sentarme con vos?
Estaba parada a mi lado con su carpeta apretada contra el pecho. A los cinco
minutos estábamos charlando como si nos conociéramos desde siempre. Charlando es una manera de
decir. Margarita no permitía que se
hablara en su clase. Así que permanecimos en silencio gran parte del tiempo. Pero
en ese cuasi mutismo, yo la sentí, por primera vez, mi amiga. Y por lo visto
fue mutuo, porque a partir de ese momento no nos separamos más. Leticia era una
preciosa muchacha de quince años, tímida e introspectiva. Siempre tenía un dejo
de tristeza. También podía ser muy alegre por momentos. Pero si hay algo que la
caracterizó siempre fue su fidelidad y consecuencia. Puede no cumplir con algo
intrascendente, pero nunca te va a dejar en las cosas importantes. Tenemos toda
una vida de amigos y muchas cosas compartidas, así que podría estar horas
escribiendo sobre ella. No es mi intención; sé que, irremediablemente,
aparecerá siempre en estos relatos del día a día.
© Juan José Mestre.
viernes, octubre 05, 2012
LA PERTENENCIA
Siempre he dicho que hay cosas
peores que la muerte. El sentir que estás solo en el mundo es la peor de ellas.
Desde que murió mi madre, me pasaron cosas que ni quiero recodar. Pero uno de
esos días fue el 1 de noviembre de 2008. La señora que me acompañaba se había ido a Córdoba y no tenía intenciones
de volver. Yo estaba en mi casa de mi tía Nilda que no podía atenderme. A las
diez y media de aquel domingo la llamó a Leti para que me hiciera pata hasta
las siete de la tarde en que teníamos una entrevista con Gladis, una chica que
pretendía tomar el trabajo. Pero era todo muy incierto. Si no salía bien, yo me
quedaba en banda. Leti fue a buscarme, almorzamos, pasamos la tarde en su casa
y unos minutos antes de esa hora, estábamos en casa. Cuando llegamos, Gladis
estaba esperando en la puerta. Hicimos la entrevista y desde ese momento quedó
cuidando de la casa y de mí. Pero aquel día no se lo deseo a nadie. El no saber
que va a ser de vos en las próximas horas es la peor de las incertidumbres. Te convertís
en un paria, te aseguro. Perdés entidad. Te quedás congelado en las horas que
ni siquiera transcurren. No pertenecés a nadie ni a nadie. Sos una entelequia. Ni más ni menos. Sólo pido una
cosa: no repetir esa experiencia.
© Juan José Mestre
jueves, octubre 04, 2012
LA LIEBRE Y LA TORTUGA
Llegamos a La Cumbre en una
preciosa mañana de septiembre. Lo obligado
era llegar al pie del Cristo Redentor. Mientras nos preparábamos para la
aventura, le dije a mi mamá que hiciera lo mismo. Me contestó que no tenía ganas. Lo pensé y me
pareció lógico. Emprendimos el ascenso y ella, con unos pocos más, se quedaron
en el micro. Yo parecía un rey rodeado de una corte de adulones. En realidad,
buscaban rodearme por todos los flancos para que no me cayera. Era un poco
arduo, pero no tanto. Cuando llegamos, nadie cabía en su alegría. Salvo la cara
de Leticia, que había optado por subir por el brazo de un arroyito seco para
llegar primero. Cuando me vio, no lo podía creer. Nosotros, fresquitos y campantes; ella. extenuada
y cubierta de tierra y ramitas secas. Allá arriba era todo alegría y no tardó
en contagiarse. El paisaje era increíble y con Oscar Pollioto y Oscar Paroli
fuimos al pie del Cristo y me tuvieron que pisar para que no me llevara el
viento. Nos sacamos una foto, pero en una diapositiva. Aún la tengo, pero no se
puede escanear. En fin, que la pasamos genial allá arriba no hay dudas. Ya de regreso al colectivo, le
pregunté a mi vieja por qué no había subido. Me dijo que no hubiera soportado
el hecho de llegar ella y yo no…
Seguimos nuestro camino en ese viaje de egresados increíble, allá por el ’75. El
trayecto hacia nuestro próximo destino
sirvió de descanso y de disfrute para
encarar con fuerzas el desafío de la segunda parada del día.
© Juan José Mestre.
miércoles, octubre 03, 2012
YIRA YIRA
Cuando me preguntan sobre mi estilo entre melancólico y escéptico, acude a mí la imagen de mi viejo. Él era así: un dulce hombre que mucha fe no tenía en el mundo, pero que amaba profunda y calladamente a la gente. Es que la vida lo castigó duro. En este sentido, no es de extrañar que su tango preferido fuera Yira yira. Y si algo me identifica con su personalidad es, justamente, esta letra de Enrique Santos Discépolo.
Verás que todo es mentira,
verás que nada es amor,
que al mundo nada le importa...
¡Yira!... ¡Yira!...
Aunque te quiebre la vida,
aunque te muerda un dolor,
no esperes nunca una ayuda,
ni una mano, ni un favor.
verás que nada es amor,
que al mundo nada le importa...
¡Yira!... ¡Yira!...
Aunque te quiebre la vida,
aunque te muerda un dolor,
no esperes nunca una ayuda,
ni una mano, ni un favor.
Es un himno a la impotencia de ser lo que se es por ese albedrío esclavo que la falta de solidaridad y el feroz individualismo imponen a los que no tienen más que la esperanza de un abrazo para seguir adelante. Yo he vivido ese desgarro. Como mi padre y como muchos de nosotros. Porque es un drama universal y, como tal, no debe sorprendernos si se nos advierte que
Cuando estén secas las pilas
de todos los timbres
que vos apretás,
buscando un pecho fraterno
para morir abrazao...
Cuando te dejen tirao
después de cinchar
lo mismo que a mí.
Cuando manyés que a tu lado
se prueban la ropa
que vas a dejar...
Te acordarás de este otario
que un día, cansado,
¡se puso a ladrar!
Y mi viejo, un día, ladró. A mi turno, yo también lo he hecho. Tal vez sea nuestro escudo de armas, nuestra bandera para enarbolar. Nunca le pregunté a mi padre si estaba orgulloso de ello. Pero puedo hablar por mí y decir que sí. Un ladrido no es poca cosa.
© Juan José Mestre
martes, octubre 02, 2012
MI MADRE
Mi madre, con sus dieciséis años,
era el fuego vital de la casa. Por ese entonces, la abuela había delegado en
ella casi todas las tareas domésticas, salvo la cocina, en ella. Mientras ella
cosía ropa para la Casa Ansaldi,
Leli atendía a los hombres (su
padre y su hermano), hacía la limpieza, se ocupaba de mi tía Nilda y enseñaba
piano a cincuenta y cuatro alumnos. Esto le insumía casi todo el día, más aún
cuando toma lección. Esa era la tarea de los martes y los jueves. Los dos
pianos no daban abasto y la casa se llenaba de música. Los clásicos, los
románticos, las sonatas y la Danza Ritual del Fuego ganaban el aire y lo embellecían.
Ella corregía mientras lavaba los pisos. A los quince años comenzó a noviar con
un muchacho del que estaba enamorada ( o por lo menos eso creía), pero rompieron por una tontería. Habría de
esperar hasta los veinticuatro años para aceptar otro novio: el que luego sería
mi padre. Se casaron en 1952 y perdió tres embarazos antes de mi nacimiento. Fue un punto de inflexión en
su vida. Lejos de apagarla, mi enfermedad le dio el impulso vital una leona. Se propuso curarme, mejorar mi
calidad de vida o lo que pudiera y en eso embarcó a toda la familia. Lo logró
con creces y eso la ponía feliz. Un solo año no me festejó el cumpleaños: fue
hace casi cuatro años, seis días antes de morir. Durante su vida tuvo momentos muy felices, pero
siempre un dejo de tristeza se escondía en sus bellos ojos.
© Juan José Mestre.
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