miércoles, octubre 10, 2012

LA MANO DE YERO





El invierno se hace sentir. Hace seis meses que mi madre partió. La tarde es apenas una penumbra macilenta. Voy a la cocina a tomar algo. Solo, con mi perrito al lado. Falta mucho todavía para que vuelva la señora. Se fue a pintura a eso de la una y hasta las ocho, con suerte, no vuelve. Bebo  una taza de una traza de té frío que me dejara al irse. Regreso a mi habitación y, de pronto, el pánico. Los pies se transforman en arcos muy cerrados, las piernas no me sostienen, el piso se mueve y el cuerpo tiembla. La sudoración aumenta, el corazón late desesperadamente. Me caigo. O por lo menos eso creo. Comienzo a gritar. Unos  sonidos guturales que  espantan. Trato de apoyarme en la pared,  pero solo consigo acercar a ella mi mejilla izquierda. Con ese único punto de apoyo, logro decir: “Dame la mano Yero”.  El perrito se para en dos patas y me brinda  su auxilio. Con él de la mano logro llegar al escritorio y me siento. Me calmo , la llamo a Leti por teléfono. Charlamos un rato. Le cuento. Me tranquiliza. Se ha ido. El  pánico se ha ido. Ahora es cuestión de  esperar unas tres horas más, sentado frente a la compu. Yero se queda conmigo, alerta. Un poco agitado. En silencio. Esperando, como yo, a que llegue la noche.

© Juan José Mestre.

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