Margarita Kenny nos había dado
como tarea ir al cine el fin de semana. Daban una película que quería comentar
en su clase de psicología del lunes. Yo no
fui, Leticia tampoco. Y así, medio curso. Como siempre tenía todo previsto apenas
entró al aula, la dividió en dos sectores: los que sí, a la izquierda; los que
no, a la derecha. Yo quedé solo en mi banco con tanto recambio. De pronto, escuché que me decía ¿puedo sentarme con vos?
Estaba parada a mi lado con su carpeta apretada contra el pecho. A los cinco
minutos estábamos charlando como si nos conociéramos desde siempre. Charlando es una manera de
decir. Margarita no permitía que se
hablara en su clase. Así que permanecimos en silencio gran parte del tiempo. Pero
en ese cuasi mutismo, yo la sentí, por primera vez, mi amiga. Y por lo visto
fue mutuo, porque a partir de ese momento no nos separamos más. Leticia era una
preciosa muchacha de quince años, tímida e introspectiva. Siempre tenía un dejo
de tristeza. También podía ser muy alegre por momentos. Pero si hay algo que la
caracterizó siempre fue su fidelidad y consecuencia. Puede no cumplir con algo
intrascendente, pero nunca te va a dejar en las cosas importantes. Tenemos toda
una vida de amigos y muchas cosas compartidas, así que podría estar horas
escribiendo sobre ella. No es mi intención; sé que, irremediablemente,
aparecerá siempre en estos relatos del día a día.
© Juan José Mestre.
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