viernes, junio 30, 2006

El deseo

El deseo es una bestia que humilla mis entrañas. No puedo saciar la sed de la espera. El lecho es un estéril campo sin cobijos. Desnudo, muero en el instante de saber que nunca podré abrazar las dóciles honduras de tu vientre. La soledad inunda huecos del ser que clama por simientes. Grito. Nadie me oye. Furia entre alboradas; rito compartido con cada despertar. Sólo el anhelo del próximo tormento mantiene la vida entre mis venas. Crespones de violetas hacen coro al sordo trinar de unos pocos pájaros soñolientos.




© Juan José Mestre Posted by Picasa

viernes, junio 23, 2006

Ma Michelle



Michelle, ma belle
These are words that go together well

The Beatles





Son palabras que pegan bien,
melodía en los montes,
callejas empedradas,



botones como migajas
-quieta mañana de junio
que ampara la insinuación de tus senos-
en tu vestido de lino,



el heno,
la brisa,
sol desvistiendo ardores,



y las voces de John y Paul,
lejanas, hacia el mar,



cantando tu nombre,
Michelle,
ma belle Michelle






© Juan José Mestre





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jueves, junio 22, 2006

Me regalaron una canción de amor

Me regalaron una canción de amor,
una sola pista de un CD
que nadie canta,
que el Capitán Nemo ejecuta sin instrumentos,
mientras Mr. Magoo busca
al láser que ilumina unos quevedos
y al sol que bautiza de ternura
el celeste en tus pupilas.



A Leti




© Juan José Mestre
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miércoles, junio 21, 2006

Poca cosa

Luis Serrano, Mujer de espaldas





Un canto es tu recuerdo.

La sombra de cuatro notas.

El mix de arpegios apagados.

Una suave garúa sobre mi cara.

Y acaso el ondear del pelo detrás de los espejos.



© Juan José Mestre
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martes, junio 20, 2006

El anónimo




EL ANÓNIMO



I


Se restregó bien la cara y con sorpresa notó que sus rasgos habían desaparecido. No se advertía huella alguna de sus facciones. Trémulo y tambaleante llegó al espejo que le confirmó aquello tan temido: un gran hueco ocupaba la zona que debiera contener su rostro. Una angustia indecible lo cubrió por entero. No podía creer que sus terrores más íntimos se manifestaran justamente de la forma más despiadada: ¡si siempre había odiado el anonimato y este se le revelaba de la manera más descarada! Enseguida advirtió el juego de palabras que su mente le proponía: el "descarado" era él en el cabal y más cruel de los significados. Todo el fruto de un esfuerzo denodado, exhaustivamente elaborado, planificado hasta el más mínimo de los detalles, concebido por y para perdurar como uno de los escritores más afamados del orbe caía con la inocente naturalidad de un higo maduro. Para agusanarse en la tierra húmeda y fértil de la indiferencia.

Si algo odiaba en la vida era el ignominioso, humillante, deshonroso destino del ser anónimo. Ese que nace, se reproduce y muere con una serie de incidentes concatenados entre los extremos y que todos llaman vida. Ese destino del común de los mortales a él le ponía los pelos de punta. Por eso, un trabajo escrupuloso, estudiado, urdido y deliberadamente rumiado hasta el hartazgo, realizado con aborrecimiento encubierto e hipócrita, alimentado por su aversión a la literatura, lo había puesto al borde del Nobel. Es cierto que lo tenía merecido. Sus cincuenta años como escritor no eran poca cosa. Había logrado una obra prodigiosa, profundamente irónica, original y inéditamente maldita con sólo novelar parte de esa animadversión que pasaba como una aguda crítica del medio intelectual habitualmente pedante, fatuo, engolado y hueco.Y después de tanta lucha, se quedaba -sin más ni más- con un hoyo justo donde debiera estar su rostro. Superado el estupor inicial, entró la más absoluta de las desesperaciones: no lograba hilvanar una idea acerca de cómo hallar una solución a su drama. Porque de todas las situaciones que pergeñara la más enfermiza y afiebrada de las imaginaciones, seguramente esta la superaba holgadamente. ¿Cómo haría ahora, en su momento más glorioso, para demostrar que él era el candidato? ¿Acaso habría de hacerse un estudio de ADN para certificar su identidad o con un simple reconocimiento dactilar sería bastante? Consciente de estar pensando dislates, trató de serenar su cabeza y coordinar alguna idea que lo sacara del trance, pero no pudo. Estaba tieso, aislado por el espanto descomunal que le carcomía las vísceras y le impedía todo movimiento. Incapaz de seguir mirando esa tremenda imagen de nulidad en el espejo, se sorprendió a sí mismo por un grito ahogado, sordo, emergente de su furiosa, colérica quintaesencia.

Se mantuvo así por horas. No tenía el exacto discernimiento de este hecho: simplemente sabía que -si quería mantenerse vivo- el gritar era el único cabo que lo mantenía a salvo del naufragio absoluto, indubitable y terminal.

II

Le pareció extrañó ver la impresionante puerta de hierro de la residencia abierta. En todos los años que llevaba trabajando con el estúpido de su jefe, nunca había visto un espectáculo similar. Es que el mero suceso de entrar al parque de la residencia sin identificarse, le indicaba que algo raro sucedía. Su presunción se transformó en certidumbre al ver que un equipo de paramédicos salía con una persona estragada, exhausta, consumida, de ropaje raído y el rostro totalmente cubierto con un lienzo y a la que se le escuchaba un sollozo como nunca había él oído.


Lo reconoció por la bata que le había visto usar todos esos largos años. Un excitante cosquilleo de felicidad le recorrió la médula. Por fin, sus deseos se hacían realidad. Por seis lustros soportó a esta víbora humana. Sumiso, callado y gris, entró a su estudio -contiguo al de su patrón- y se sentó frente a su computadora. Con la mente alivianada por la soledad y el desahogo de haber cortado el yugo que lo destinaba a ser una sombra inadvertida entre las sombras, abordó la tarea de escribir el último capítulo de su novela:"El diez de diciembre en Escandinavia oscureció puntualmente a la 3:45 de la tarde. Fue en ese instante que anunciaron el inicio de la ceremonia y yo estaba ahí, entre realizado y curioso, esperando mi turno de recibir el Nobel. (...)".



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lunes, junio 19, 2006

EL VIEJO Y EL POEMA

Se levantaba con el cansancio que los años le iban agregando a sus pies. Desde hacía unos pocos meses, sentía que estaba envejecido. Ya no tenía el entusiasmo de antaño. Algo lo había demolido. Sus párpados se volvían pesados; sus ojos, nublados por la abulia, trataban de vislumbrar a través de la ventana, el sol indeciso del otoño. Entre nieblas, observaba algunas vagas figuras que ni siquiera le interesaban.
Acomodaba lentamente su cuerpo en la silla, hasta sentir que los dolores se hacían soportables.
Luego de unos instantes, fatigosamente, comenzaba a escribir un poema de amor, con la horrible sensación de estar teorizando sobre un tema que no conocía.
Terminada su labor, quedaba con la mirada perdida en no sé qué extravío de la mente y la hojarasca.

"Desde mi tristeza...

Desde mi tristeza inmarcesible es que
declaro a los cuatro vientos este Amor,
Amor que se escurre en
el delta manso que muere en el mar
para confundirse en la bruma de la
desesperanza y la locura de no
tenerte...

Y por no tenerte es que me transformo
en una sombra que se pierde entre las
brumas de mi pensamiento,
partido en dos por el deseo de olvidarte
y recordarte para siempre...

Soñando que estás y que te has ido,
pues esa contradicción
absurda me hace posible la levedad casi
nihilista en la que vivo por tu culpa de
quererme bien y por las mías de amarte
como un demonio...

Y si esa rosa marchita que hoy me
queda, perdida en la nostalgia
de las noches juntos
sirve para seguir viviendo entre la nada
y el recuerdo que es mi vida -migajas
de existencia entre dos nieblas-,
bendigo, santifico y aferro a la rosa,
la aprisiono entre mis manos y la tomo
como símbolo de la proclama muda de
mi Amor perdido y loco,
con la absurda esperanza
de enterarme algún día
-o tal vez nunca-
de que también tú
tenías tu rosa y tu desdicha."

Pueda ser que sepa perdonarme esto que he hecho, aunque creo que nunca nota que le falta algún poema.




© Juan José Mestre
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El malestar

El malestar sigue, no me abandona. No le doy importancia. Es como un viejo conocido que entra a tu casa sin llamar a la puerta. Lo hace, se instala y ya está. No hay preámbulos ni protocolos. Comienzo a dialogar con él. Es una charla anodina, paradojal, agotadora. Consabidamente insustancial. No hay nada para decir y, a pesar de eso, seguimos oyéndonos. Oyéndonos sin escuchar, como dos viejos achacosos que se cuentan sus dolencias. Es un mirarse a ciegas, un espejo cuya refracción distorsiona la única realidad de la que asirme. Sigo escribiendo para olvidarme por un rato de su cháchara, pero está ahí, zumbón en los oídos, hiriente en los huesos y la carne. Desgarrador en el alma. Quisiera dormir a sabiendas de que es un deseo vano, estúpidamente necio, obtuso generador de ilusiones. Quisiera gritar de angustia. Patalear como un niño. Ahogar los dolores en un verso, un abrazo o una flor. Caer en brazos de una mujer o acariciar las manitas del chiquillo que se asoma a mi ventana y pregunta -en su media lengua- si estoy estudiando y yo, indiferente, cada vez y cada día, de reojo le contesto “¡estoy escribiendo Valentín!” No hay caso: en mi monstruosa estructura de impotencias, la vida queda un poco lejos.




© Juan José Mestre

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domingo, junio 18, 2006

Colapso



Colapso impío del ser,
mis dioses muertos han vuelto a morir.



Muerte tras muerte hacen su camino.





No interesa cuánta hayan encontrado:
igual porfían en el cenáculo
de estertores



por ganar



(nadie lo hace ante la parca)



Tampoco se puede hablar de inquina,
Crueldad, malicia u otra cosa.



Mueren y mueren,
con la tozudez de la cabra entre las rocas



por preservar mi agonía.





© Juan José Mestre


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viernes, junio 16, 2006

El Rey y los sueños


Su Majestad había tenido un mal sueño. Concretamente, había abdicado.Despertó con una sensación extraña. Era el desasosiego propio del que hasido desalojado, cosa impensada para alguno de su condición. Colérico,llamó a su primer ministro. Le ordenó que prohibiera tales pesadillas.Estele dijo que no se podía hacer tal cosa, que a lo sumo se podía dictar undecreto proscribiendo todos los sueños, agradables o no.”¡Hazlo deinmediato!” fue la orden terminante.
El día transcurrió apacible, los súbditos ni se dieron por enterados, laprensa casi ni lo había destacado. Así, el Rey se durmió esa nochetranquilamente, sin temor a las pesadillas ni a los sobresaltos. Cuandodespertó a la mañana siguiente bajó adormilado de su cama, con terror se vio a sí mismo en caída libre. En su desesperación, buscó algo de qué asirse.
Sólo su lecho se veía cada vez más lejano en un vacío desconcertante quenada tenía que ver con su reino. Gritó, pero ni él escuchó el alarido.Quiso despertarse, mas estaba efectivamente despierto. Cuando apeló a algún sueño, un cartel de prohibido apareció ante sus ojos. El estúpido ministro no aparecía por ninguna parte.



© Juan José Mestre
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Yerbabuena

Tu sonrisa, ese grácil gesto de la menta hacia el rocío, invoca al vuelo de los mirlos en el celeste cielo que amanece. La nostalgia es un arbusto perezoso que desgarra las últimas sombras en el confín de los muslos ateridos. Una voz lejana dice que el mundo despierta. Entre ilusiones, los cuerpos se apegan a la furia de la noche. No es que no deseen el sol; es que todavía duermen la quietud posterior al éxtasis. En la transición se quedan; no piden nada más que todo siga su curso y se bosqueje en el río tu sonrisa, ese grácil gesto de la menta fresca que muere con el primer correteo de un chiquillo atrapando la alborada con asombro.



© Juan José Mestre


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jueves, junio 15, 2006

Ni otro Cielo ni otro infierno

“…el rostro que se mira en los gastados

espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
otro Cielo no esperes, ni otro Infierno. "

J. L. Borges.





Ciego, perturbado de abismos y de fuegos, el último bastión del Tiempo ha sucumbido. Una tormenta desde esa anónima memoria que es Jericó derrumbó los muros internos del pavor. No hay piedra sobre piedra desde Hunab Ku* hasta el hilo de plata que ata al espíritu. La Llama Tripartita es nada más que un carbón apagado hundiendo naves en el cinturón de fotones. Un castillo de naipes se yergue en Patmos. Hasta los escritos de Juan son ilegibles. Un glorioso sura proclama la nueva alborada de los justos. El Torah, la abolición de las leyes. En la cruz temblorosa del ocaso puede verse a la Unicidad de todas las Asambleas. Como una sagrada epopeya, la calandria lanza al viento un último trino de esperanza.



© Juan José Mestre





* Hunab Ku, Centro de la Galaxia en la cosmología Maya

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miércoles, junio 14, 2006

Gnosis




Se hace esperar la luz del día.
No tiene prisas ni temores: sabe de su infalible hora.



La noche, para colmo,
regatea sus sombras al paisaje de autos fugitivos
del sueño acostumbrado,



embelesados los minutos del alma.



Como una sierpe,
repta sobre la conciencia del día
carcomiendo esa extraña debilidad del sol



entre la niebla.



Segura, indudable, fehaciente,
juega al tenebroso juego de comenzar lo rutinario



cuando claree.










© Juan José Mestre

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Profecía

Cuando mueran estrellas y universos
(luto esencial en los nirvanas)
o la vida sea no más que un rubí engarzado en genes




rodando en el soslayo infalible del vacío,
unas manos
cóncavas abarcarán tu rostro




y el polvo cósmico besará
el agua clara de tus ojos
más allá de los reinos y los mundos.






El barro cardinal estará otra vez en ciernes.




A mi padre





© Juan José Mestre


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lunes, junio 12, 2006

Lejos


Lejos, muy lejos, ha quedado ese azulgris de tus mañanas. Casi es un refractar de adiós en esmeriles. Tu lento caminar sobre la alfombra se regocija en las huellas del sol que entibia ausencias. Una tristeza amplia, el desencanto del robledal ensimismado en tornasoles sepias, ese topacio desolado que es la luna nueva reflejada en el marjal, son eternos simbolismos del cristal. Ellas, mis manos, suaves de acariciar sedas abstractas, miran el vacío contorno de tu ser y se lanzan al abismo trémulo por el sortilegio de lo inmóvil.





© Juan José Mestre

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domingo, junio 11, 2006

Uno no sabe


Uno no sabe cómo es que un segundo
puede ser más infinito que el cielo
cuajado de galaxias.



Uno no sabe el porqué de lo inmediato
de un año luz jugando con las hojas caducas
tan cerca del invierno.




Tampoco se entiende cómo es que la vida se parece tanto
a un cuarzo chispeando,
con caprichosa simetría, sus frialdades.





© Juan José Mestre
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sábado, junio 10, 2006

Mariano

Un mástil sin bandera clavado como cruz manca en el lecho manso del río. La sombra busca alturas que jamás alcanzará. Simbólico, el cayado espera al nuncio de los hambrientos niños de la orilla. Como una metáfora extraviada en tanto desatino, el manto de la Virgen cubre, protector, el dulce ondear del agua que corre y corre casi sin saberlo.



© Juan José Mestre – Foto: el Tigre, Reflejos © Liliana Muente Posted by Picasa

viernes, junio 09, 2006

Amatorio

Daniel Santo Orcero, Amantes





La noche, círculo de plata entre los árboles,
bosqueja las delgadas líneas de tu dorso
enhebrando azogues.



Parábola de luna sobre tu vientre y mi ansia.
Sangre cautivada en raso por la negrura del rosal
anhelando depuestas castidades.



El amor yuxtapuesto a la inquietud de tus muslos
busca en la garza el ligero gemir de afanes.



Timbal que percute entrañas,
melodía acompasada de los roces,
tácito alivio del abrazo.



Una candela que muere,
los cuerpos dormitan con el alba.



© Juan José Mestre



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Doliente


El gris impregna la mañana de tristeza.



Espejismo de los pájaros,
un plomizo cielo
oprime esas alas ávidas de azules.



Nunca la desolación había estado tan próxima.



Un caballo flaco
pasta lo poco que la vida ha dejado en la comarca.



Unas raíces, algún que otro charco fétido de congoja,
un perro que muerde su sarna
en la neblina atormentada de sí misma.







© Juan José Mestre


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jueves, junio 08, 2006

Réquiem

Réquiem


A Homero Manzi


El piano llora sus notas tristes,
la luna
intenta un lamento frío
entre la confluencia de dos tumbas
-osamenta de la vida que se pierde en el lucero-;

el coro del viento entre los árboles
es aquel ahogo doblegado en el abono afable
con su entraña de trenzas negras.

Nada quedará de todo esto, nada:
destino de emulsión cósmica,
la música se oirá en el cielo

y
los leños del piano serán para otras cruces.






© Juan José Mestre
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miércoles, junio 07, 2006

El eco


El eco es una letanía
que entretejen los cerros
para que nos oigamos el alma.
El eco es una tristeza
que se empeña en regresar
y regresar.
Yo quisiera ser eco alegre,
pero no se puede.
La Alegría se pierde libre por los valles.
La tristeza se queda siempre
en algún monte
por cautiva nada más.
Y el eco la trae, la trae, la trae...
Y la letanía se hace ruego,
oración que de tanto repetirla
se va quedando, quedando, quedando...
Para no morir y perdurar,
pues si hay algo que no muere
es la tristeza del eco
no escuchado, no querido, el negado,
el que siempre volverá,
volverá, volverá...
Si el eco es una letanía
que entretejen los cerros
para que nos oigamos el alma
y no lo sabemos hacer.
Yo quisiera ser eco alegre,
más que volver cada tanto
para penar y penar...
Deberé aprender a ser valle
para conseguir la libertad, la libertad, la libertad,
para cantar en los cerros
y volver como alegre letanía
y oír mi alma cantar, cantar y cantar...!





© Juan José Mestre
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domingo, junio 04, 2006

Eones


El tiempo, siempre el tiempo. Ese misterio que hace del devenir certeza de soles y lunas, a veces nos deja desnudos en la mitad de la vida para decirnos que se ha agotado para nosotros, sólo para nosotros. Y él sigue, impertérrito, su vuelo de espiras milenarias.



O quizá no sea él: tal vez sea nuestra propia incapacidad de vivir minuto a minuto, día a día, de intentar comprenderlo, de caminar junto a él y no desaforarnos en imposibles vorágines que nos llevan irremediablemente hacia la ausencia.


Te amo y me amas; nunca lo hemos confesado. Sólo eones han pasado desde que lo ocultamos. Transcurrirán varios más, seguramente. Mas, un día, cuando la eternidad se haya convertido en flor, estallará la primavera cósmica y allí estaremos: juntos, en un Edén inédito de inocencia, saturados de vida, con los pies en el barro esencial y sin reservas, para atiborrar de cánticos el aire azul y entonar la oda que nos prometimos en silencio, mientras descubríamos el fuego, allá por el génesis primigenio.






© Juan José Mestre
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sábado, junio 03, 2006

Cincel


iré con el viento
a descubrir destellos



buril de sol entre la mies
esculpiré siluetas
sobre la arena desnuda



entre el agua y el fuego,
romperá cristales
para quemar pudores
la fragua celestina



como último intento
esculpiré tu vientre
delinearé tus muslos
llegaré a tus ojos



para dormir por siempre
en ese universo nuevo
que nos habrá inventado
soles de azaleas / lunas de violetas





© Juan José Mestre

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viernes, junio 02, 2006

Maquinista - Autor: Alex Courant Signoret, (México)



Resuena la eternidad del presente
como canción de una locomotora
cual frío mármol que viste la aurora
al ceñir de carbón tu vieja frente.



De un simple trazo, sagitario ausente,
el paisaje sombrío por ti llora
cuando el vagón por cada riel aflora
y la rueda pasa todo durmiente.



Tu silbatazo entre fierros perdura,
lejos, allá, por el hondo Apizaco
sobre las lunas de su serranía.



¿Pero qué fanal no tiene amargura
al verte sólo en tu solo arrumaco
caminando de noche por la vía?



©alex_dulioncourt



Alex Courant Signoret , Poeta mexicano.
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Mi alimento

Monstruo entre los monstruos,
exquisitez de lo perverso,
mato -cazador de mariposas-
megalómano y feliz masturbador
de suaves músculos macerados,
(el hacha de cocina es un cincel
que busca la perfección de la mente
en regocijo)
me deleito con lo excelso de la música,
tomando mi alimento al final de mi jornada
tal cual hacen todos los humanos…




© Juan José Mestre

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jueves, junio 01, 2006

Canela




El sueño que se rompe
en ramitas de canela,
encanto del letargo que no acaba,



adormilado aroma deslizando manos
por los surcos de tu espalda que vierte
su rocío de tomillo hacia el alba sonrojada
en nubes de mosquetas.



Azorados los pájaros
por candelas que no mueren,
ensayan el usual gorjeo obsequiando vida,
camino serpenteante hacia esa gloria cercana,



lindante con tus senos, regazo en preludio
de la dulce leche que beberán los hijos,
éxtasis del espacio, alforjas del destino.





© Juan José Mestre

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