El deseo es una bestia que humilla mis entrañas. No puedo saciar la sed de la espera. El lecho es un estéril campo sin cobijos. Desnudo, muero en el instante de saber que nunca podré abrazar las dóciles honduras de tu vientre. La soledad inunda huecos del ser que clama por simientes. Grito. Nadie me oye. Furia entre alboradas; rito compartido con cada despertar. Sólo el anhelo del próximo tormento mantiene la vida entre mis venas. Crespones de violetas hacen coro al sordo trinar de unos pocos pájaros soñolientos.
© Juan José Mestre
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