Se hace esperar la luz del día.
No tiene prisas ni temores: sabe de su infalible hora.
La noche, para colmo,
regatea sus sombras al paisaje de autos fugitivos
del sueño acostumbrado,
embelesados los minutos del alma.
Como una sierpe,
repta sobre la conciencia del día
carcomiendo esa extraña debilidad del sol
entre la niebla.
Segura, indudable, fehaciente,
juega al tenebroso juego de comenzar lo rutinario
cuando claree.
© Juan José Mestre
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