Su Majestad había tenido un mal sueño. Concretamente, había abdicado.Despertó con una sensación extraña. Era el desasosiego propio del que hasido desalojado, cosa impensada para alguno de su condición. Colérico,llamó a su primer ministro. Le ordenó que prohibiera tales pesadillas.Estele dijo que no se podía hacer tal cosa, que a lo sumo se podía dictar undecreto proscribiendo todos los sueños, agradables o no.”¡Hazlo deinmediato!” fue la orden terminante.
El día transcurrió apacible, los súbditos ni se dieron por enterados, laprensa casi ni lo había destacado. Así, el Rey se durmió esa nochetranquilamente, sin temor a las pesadillas ni a los sobresaltos. Cuandodespertó a la mañana siguiente bajó adormilado de su cama, con terror se vio a sí mismo en caída libre. En su desesperación, buscó algo de qué asirse.
Sólo su lecho se veía cada vez más lejano en un vacío desconcertante quenada tenía que ver con su reino. Gritó, pero ni él escuchó el alarido.Quiso despertarse, mas estaba efectivamente despierto. Cuando apeló a algún sueño, un cartel de prohibido apareció ante sus ojos. El estúpido ministro no aparecía por ninguna parte.
© Juan José Mestre
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