domingo, abril 30, 2006

Sutil


Torpe, la mañana promedia su deambular

de meretriz asqueada de entregarle

hojas secas al viento del otoño.




Un sutil malestar denota la apatía de los árboles.




Es que los ciclos son así:

irrefutables, categóricos,

fundamentalistas,

estoicos guerreros del retorno.





Mañana será igual:

no hay remedio para el fatal destino

hacia el invierno.





© Juan José Mestre

sábado, abril 29, 2006

Si hablara de poesía (Sish)








Si la poesía fuera el tema
Bastaría con mostrar una vasija
donde leer las manos
sobre las curvas
minadas por el sol.





Si hablara de poesía
Acercaría una porción de lluvia
hasta su boca
para mirar
el fondo del espejo
buceando en la inquietud.




Si acaso me atreviera
Buscaría un palito
para jugar con el escarabajo
a descubrir
el centro de la piedra
que a la pared
quebró





Si pudiera encontrar
esas palabras
bebería del hilo
que cae por la arcilla
hasta calmar la sed
protectora del hombre
en su tierra secreta.





Silsh
(Silvia Spinazzola)
-Argentina-

Dudo


Dudo de la existencia.

De la existencia del todo

y de la existencia de la nada.




Todo es partícula, quantus desgranado.

Nada es ente, ni siquiera antimateria

fagocitando el todo.





Creo, sí, en la arena huidiza

que borra las huellas de nuestros pasos,

hastiados del camino.



© Juan José Mestre

viernes, abril 28, 2006

Cerrar los ojos


Foto: Alex Karotis, Nude

Cerrar los ojos para verte, luminosa, virginal, sagrada mujer de simples violetas. Escuchar los silencios de tu voz cuando me miras sin mirarme. Tomar tu mano suave y llevarla a mis sienes que duelen de agobio, marchitas por la niebla rigurosa de los años últimos.



Tibieza del vientre cobijando inviernos, dulce sabor a almizcle que penetra los poros afanosos de los muslos enlazados. Rosa negra de la noche roja para engendrar estrellas, plateado yelmo, efigie de luna, velas desmayadas en exiguos fuegos, poemario de suspiros cuando todos los versos han callado, sahumerio de sangre, oración de la carne, plegaria de amor, rezo del alba por pedir descanso.



Y un organillo le canta al trémulo paisaje de tus senos…



© Juan José Mestre




jueves, abril 27, 2006

Así como el estuario




Así como el estuario se enamora del mar y lo penetra, así te amo. Dulce caudal que por la sal se desvanece. Abanico de aguas mixturadas con nostalgias, riberas que se abren cual mujer que se entrega en flores blancas, remolino marcando el límite del delta cálido, fragante de leche y menta. Camino por la cintura del recuerdo -muselina blanca, piel de azahares-, con el grito de tu nombre entre la brisa fresca de las islas. Voy a tu encuentro, saturado de ozono y algas (ornamento de luceros en la frente) para decirte que así te amo. Así como el velero hiende las aguas a cambio de la estela, el piano deja caer sus notas últimas para que se escuche la lluvia mansa del otoño o en su adagio de gotas perezosas envuelva nuestro abrazo en la desnudez del génesis. Así como una ría se trueca en espuma para dormitar en las afiladas rocas milenarias, así te amo.

© Juan José Mestre

Te miras


Caravaggio: Narciso






Te miras, muchacho de agua,

miras y miras tu belleza impar.



El lago, celoso del cielo, refleja

tus rasgos de ensueño y de luz.



¡Es tanto el celeste!

¡Es tanto el dorado!



Refracta el espejo colores del lago

mientras, envuelto en azules,



dos musas te engañan

con versos de encanto,



para que mueras y el mito

vele el raro bosque que trae a la cítara

que en música te cante libre, serena, sin par…


miércoles, abril 26, 2006

Uno se acostumbra

Uno se acostumbra a las partidas.



Rutinarias,

se pierden en esa incógnita

que es la savia del árbol caduco de follaje.



Repentinas,

se esconden en las horas para trocarse

en días, siglos, medioevos prestos

a morir bajo el fuego de las catapultas.



Porfiadas,

jamás nos darán la ocasión del regreso.

¡Cuántas miradas hemos perdido buscando

unos ojos grises bañados en la pena de la despedida!



Displicentes,

se ahogan en el blanco de las azucenas

y corean la sangre de la rosa hasta hacerla

coágulo en el alma regocijada en lutos.



Cántico de proscriptos pardales, nos socavan el rostro,

nos hacen invisibles larvas de légamo,

hasta que el último de los soles caiga anónimo,

recóndito en sus rayos de tedio.




Y uno se acostumbra.






© Juan José Mestre

martes, abril 25, 2006

Humus

Entre la planicie de la vida dejo mis huellas invisibles. Simbiosis del paisaje, mi existencia no es más que un poco de sol, una pizca de tierra sin simiente alguna, uno que otro pájaro silente y un pedazo de luna casi sin brillo. Nada se parece a nada: el todo es una entelequia diluida en fragmentos. No soy dueño ni siquiera de los caminos que recorro. Lo único que me pertenece es el hueco de mis pies que horadan el humus blando y generoso. Lo único, pero sólo por el infinito instante en que el barro se cubre de penumbras.

© Juan José Mestre

lunes, abril 24, 2006

Antinocturno

Imagen: Amantes, de basia Kuperman, acrílico y arena.




Luz de fuego, sombra del infierno helado, espesura del llanto repetido una y mil veces, vuelo de los cuervos huérfanos de ramas, intacto tormento en cada pústula macerada en vinagre, mirada en blanco sobre la letanía insoportable de los grillos.



Te busco como quien ha perdido la ontológica parsimonia del camposanto, herido en la cruz más raída por la tierra cansada de tanto hueso, marcado por el estigma del amor que se corrompe aunque persista, sangre envilecida de la fuga, incuria atroz de la belleza envuelta en los pliegues del un basilisco, penumbrosa vela que se extingue lentamente.



Te busco sin hallarte. No puedo más que mirar al cielo, tratar de escribir en el agua, grabar mi voz donde no hay eco, besar la mustia caída de la tarde y, en vano, yacer con esa misteriosa entidad que llaman noche.

© Juan José Mestre


domingo, abril 23, 2006

Barroco


Dominio fantasmagórico del amor,

la tarde muere en granas y naranjas,

marfiles oscuros del disco del ocaso,

mosaico rosa y penumbroso del cielo

que se trastorna en dégradés de garzos perigeos

y muere en una desenfrenada orgía de lunas rojas,

inefables ninfas purpuradas al acecho.




Luego,

el silente canto de un coquí

extraviado en la memoria,

se apodera del lúbrico rocío y lo posee.



© Juan José Mestre



sábado, abril 22, 2006

Rueda


Rueda mi cabeza, rueda y rueda,

bola de billar que al caer en la tronera

con la absurda idea de un romboide sobre el verde

que acabará regalándole el libre albedrío que nunca tuvo.



Rueda,

dócil doncella en sueños, puta amorosa,

madre descarriada por tanto golpe,

pasionaria enraizada en los muros del propósito

por el bien de ella y su demencia –que no comprenden.



Rueda,

por el encanto y por la furia,

por el sol y por la lluvia,

por la muerte y por el hambre,

por el chico en patas,

por el barro y los idiotas

que no gritan socorro

(total, es indio del chaco),

por el parto ahogado en la corriente

y por los que ayudan pero no tienen.



Por todo eso rueda y rueda mi cabeza,

mientras espera al taco previsible

que la mandará a la tronera del ultraje.




© Juan José Mestre

viernes, abril 21, 2006

El árbol


El árbol, testigo de lejanos equinoccios, hoy se yergue en la desnudez indiferente del otoño. Sus ramas confluyen en la ribera seca y vacía -insoportable- del ser sin lenitivos. Sólo él mira el estuario donde descansarán mis huesos cuando llegue la paz del olvido. Tal vez, en alguna primavera, una de sus hojas roce mi cráneo gris, anónimo...

Poco importará. Quizás sea la única ternura que mi existencia merece y la única piedad que mi muerte recuerde el día en que los pájaros enmudezcan.






© Juan José Mestre






jueves, abril 20, 2006

Muere el silencio


Muere el silencio en su alarido; un tronar del cielo

encabrita al viento y lo desboca.

El relámpago deshace la pampa en mil troqueles.

Trágico, el llano se cubre de galopes sin destino.

No tardará en llover, eso es seguro.

Mas, en este Apocalipsis cotidiano,

quizá ni las ánimas estén para notarlo.

© Juan José Mestre

miércoles, abril 19, 2006

Nocturno en la línea del barranco


Foto: Stan Trampe, Dancers


Abismado en tus ojos me recuerdo:

suenan trompetas de gloria

en la herida abierta de mis brazos,

aquí y ahora me regalas

la pulpa dulce de tus senos

y yo, semilla al viento,

germino entre los muslos tibios y gimientes.

Un orgasmo de cristales se oye entre clamores

y tu espalda se recuesta en mi pecho

para descansar sobre los agrestes vellos,

muselina y miel domando ímpetus.

Abismado en tus ojos me recuerdo:

la línea de tu cuerpo es el límite

en el que se reclina el horizonte

despojado del barranco por donde cae la noche.




© Juan José Mestre

martes, abril 18, 2006

Porque la locura

“Porque la locura es mejor, mucho mejor que cualquier cosa”, escribí alguna vez. No sé como es que vino esta frase a mi memoria. Tal vez, sólo tal vez, se trate de un sueño traspapelado en los anaqueles recurrentes del recuerdo. Ese recuerdo desolado, embebido en las gasas torturantes de la mente estancada en la sangre de mis huellas. Iniciado en la cábala enamorada del desierto, todo es yermo en mi vida. Ni un solo fruto he logrado en la vendimia. Quizá, sólo quizá, uno que otro sol me otorgó la limosna de la dicha. Pero nada más. Hoy puedo decir que un agrio sabor se diluye en mis venas y en mis músculos. Sé lo que es: la desesperanza nunca ha sido dulce.

© Juan José Mestre

domingo, abril 16, 2006

La fragilidad de la rosa


La fragilidad de la rosa es tan perceptible como un par de ojos que lloran. La tristeza y lo bello muchas veces se asimila con el calmo gris de la neblina. Un rostro oval demuda la mañana cuando el cielo lo confunde con la angustia y el sutil garzo que se escurre entre la armónica mirada que penetra el vacío, macilentas las almas al despertar delirios encubiertos.
Nada es nuevo, todo es tan viejo como el génesis. Todo -también- se renueva con cada pétalo que muere y cada lágrima que cae. Converso asesino de memorias, el tiempo restaña las heridas, según dicen. Pero cuando se rompe un cristal vuelve a ser arena y la muerte convierte a la rosa en partícula de humus que tal vez devenga en azucena. El rostro, sin embargo, seguirá prisionero del llanto y tal vez siempre tenga que luchar -frágil- con la perpetua lágrima del recuerdo ceniciento.

© Juan José Mestre

sábado, abril 15, 2006

Como aquella melodía


Fotógrafo: Adilson Moralez



Como aquella melodía que florecía en cadencias de hijuelos de vid, hoy he vuelto a verte chiquita mía. No es que haya sido muy largo el peregrinaje por los senderos de la ausencia, no. Apenas unos meses que para mí se asemejan al confinamiento más feroz que la creación imaginara como condena. Estás como siempre que te vi: una hermosa criatura que conocí a los trece años y que la vida, el sino o yo qué sé, uniera con un cordón de plata a mi ser. No importa lo que hablamos, aquello que esbozamos en miradas ni las caricias que ni siquiera nos prodigamos. El sol, el añil de esta tarde de verdes y dorados son testigos de la ternura que este pobre viejo se anima a demostrar sólo cuando lo miras y sonríes.

© Juan José Mestre

viernes, abril 14, 2006

Resurrección


Resurrección,

una palabra dicha,

un sonido inacabado,

el canto del gallo,

la negación tres veces,

el calvario que espera,

la luz que vuelve a sus orígenes,

todo se olvida:

el dolor, mas no el olvido.

© Juan José Mestre

Rumor eclesial

Rumor eclesial,

cirios sin vislumbre,

vitrales negros,

dispersión de las naves

en la oscuridad del atrio

apagando negruras

del pórtico clausurado,

una mesa ociosa con sus lienzos

sin pan ni vino y el madero seco

del Cristo disuelto en eclipses

del órgano enfundado

en un gutural do oprimido

por tanta nada.

© Juan José Mestre

jueves, abril 13, 2006

Sancocho

Sancocho de nubes y rocío,

el celaje preanuncia agobio.

Con el dolor de mis huesos y mis uñas

Trazaré, irreverente,

los únicos versos que hoy puedo.

Uno que otro a la desesperanza,

dos o tres a lo mucho que he amado,

y los últimos, al dolor… y las espinas.

© Juan José Mestre

miércoles, abril 12, 2006

Nunca se muere en la víspera

Imagen: Miguel Angel Vidal

Nunca se muere en la víspera:

la vida faculta al hado,

se mete en los vericuetos,

las asperezas,

el canto,

el llanto,

el cielo,

el cieno,

el aire,

la lluvia,

el espanto de vivir viviendo

con dolor,

con pavor,

con angustia,

con ansia de bestia,

irracionalidad,

lógica,

lúdico retozo del acontecer,

hastío de seguir sabiendo

que un día

la víspera habrá sido ayer.

© Juan José Mestre

Rojo


Foto: Arturo Lozano




Rojo el deseo
y la cortina roja
y el rojo vestido
que gira
y
vuela en su destino
de volverse nada.

Un repiqueteo de tacones altos
-muy altos-
la llegada hasta la exacta orilla de su boca
y la detención de sus pasos
justo a tiempo.



© Cristina Chaca (Argentina)



martes, abril 11, 2006

Algo se pierde entre el velamen

Se pone el sol y algo se pierde entre el velamen. Ora el dorado interrogante de un reflejo, ora la muda voz del enigma que se esconde detrás del fuego elemental, básico hechicero de la vida. La piel desnuda se plaga de aromas contrapuestos en esa indolente humedad de la arena junto a las olas. Amalgama de violetas y penumbras, el bosquecillo se refugia en sí mismo, adormecido. Sordina del crepúsculo, declinante danza del calmo dormir de las aves, jugueteo fugaz de los delfines, la luna aparece por costumbre. Los palos en cruz de los barcos rayan el martirio y la pasión, que son lo mismo que aquellos maderos de los ladrones y el Nazareno.

© Juan José Mestre

lunes, abril 10, 2006

Herético

Aborrezco al cielo

-blasfemo, despiadado-

iconoclasta del azul,

lo rompo en mil crespones,

destruyo la belleza y me solazo

en el hedor de flores muertas;

odio por el odio mismo,

maldigo al sol cuando aparece

y a la noche porque me deja huérfano:

no me importan deidades o humanos;

un tufillo a irrealidad encuentro en ambos.

En el clímax de la desolación,

esta siniestra debilidad de mi ánimo

hace que hinque las rodillas, bese la tierra árida

y ponga los brazos en cruz para que mi llanto

apague los fuegos del infierno.

© Juan José Mestre

domingo, abril 09, 2006

Un piano


All Rights Reserved ©2002 Phyllis Rutigliano




Un piano… Sólo eso.

Un piano y diez dedos hurgando el cosmos del teclado. Pizcas de estrellas caen con cada nota. El cristal de agua se rompe plácido en el aljibe. Las aves guardan silencio entre las ramas.

Azul de glicinas en la ventana. Dorados con quietud de otoño buscan el destino de la música y se aletargan con el dulzor de la armonía De pronto, todo calla. Una nube cruza el cielo y lo oscurece. Es el simple preludio del ocaso.

© Juan José Mestre


sábado, abril 08, 2006

Yuxtaposición

Relámpago en negativo

que todo lo oscurece,

ratas del otoño

en busca de un escape,

fulminante soplo

de nauseabunda espera,

canción diabólica retumbando

sueños,

romance bestial de las orillas,

nada se puede hacer con lo irredento:

un adiós brutal sea quizás lo que más se parezca

al martirio y al éxtasis de esta sagrada maldición

de tenerte sin tenerte.

© Juan José Mestre

Retrato en añil para mi amiga

A Silvia Oliver

Seda en tu alma,

melodía dulce en las acequias,

cauce de luz,

universo de cristal quebrándose en señales,

misteriosa sacerdotisa de voz queda,

canto de amiga, ilusión del cosmos,

nunca estás… y siempre,

desde aquel día en que el sino de los dioses

nos envolvió en su halo.

© Juan José Mestre

viernes, abril 07, 2006

Oda triste a Buenos Aires

Los acordes de Piazzola se desgarran con tu recuerdo. Un loco amor tropieza en el adoquín negro de la noche. Todo el olvido surge de la asfixiada luz de cada esquina. Pareciera que un duende se cargara los últimos rezongos del despecho. Paisaje urbano y consabido del borracho haciendo eses en el canto de los grillos. Nada tiene remedio: ni una milonga de Borges puede batirse a duelo con el desengaño que viene del sur. Los dos Homeros, Virgilio y Cátulo se llaman a silencio. Único, el viento se escabulle a buscar una de las tantas elegías que Buenos Aires ha perdido.

© Juan José Mestre

jueves, abril 06, 2006

Azulejos

baldosas rotas,

maná agrio:

descalzos los pies y el aliento

buscan el cielo

sin advertir el percal

que lo niega;

tierra de ensueños no hay:

el cosmos embrollado

en la almendrada delicia del anarquismo

no convence a nadie con sus estrellas;

el último de los pájaros

parece haber hallado el rumbo

hacia el único punto vital que se divisa;

en un resquicio de la nada

encuentra un átomo y lo picotea

cuando el mosaico de un sol bizantino

se quiebra en mil fulgures opacos,

discontinuos;

la pesadumbre del armiño

es un avatar inesperado:

no logra comprender

que lo blanco ya no existe…

(solitario, observo que mi sombra

se pierde en el sarro calcáreo del declive)

© Juan José Mestre


martes, abril 04, 2006

Como jamás te adoraron

Quisiera que sepas mi secreto, simple, llano, una brisa efímera que en verano eriza la piel por un instante: como jamás te adoraron dioses paganos u oficiales, hice un altar con las ruinas del amor que nos brindaron aquellas olas mansas.

Castillo de arena que la marejada nocturna arrasará, se yergue conciente de su precario acaecer. Quizá, lo único que recuerde su existencia, sea la caracola milenaria que tus manos pusieron en las mías para que no viera el llanto dibujado en imposibles, absurdas evasivas del fervor cuando se niega.

Cubierto con las nubes de la oscura puesta que tus huellas ensalzaban -en el capricho de la grava sumisa a su destino de bordarlas-, fui oscureciendo mi ser mientras la memoria jugueteaba con ese dispar deseo de olvidarte sin poder.

La cruz del sur penetraba el abismo de mi pecho en un baldío destello que sólo hacía de mí antimateria deseando la muerte en todos los universos que puedan existir.

Después, el alba trajo luces nuevas que la mar embebía de misterios que no estaban hechos para mí.

© Juan José Mestre

lunes, abril 03, 2006

Claro de luna en abril


Nacen los grises de abril.

Llovizna dulce

que el piano hace cristalina.

Casi desdeñada,

la rosa despliega su rojo en la noche.

Súbitamente,

el brillo de un mendrugo de luna

nutre toda una acuarela de vislumbres.

La noche se enamora.

Un leve aroma a violetas mojadas

se brinda, mecenas del encanto, al ozono incitante

para amalgamar el embrujo…

Un jazmín distraído revienta

y el aire muere impregnando el cielo

entre las libélulas.



© Juan José Mestre

sábado, abril 01, 2006

Nocturno en paz

Duerme, mujer de azaleas de añil.
La noche está afuera, lejana y tenue.
Los barcos son devorados por el telón de estrellas
que cubre el estrecho.
No hay vigías, no hay faros.
No hay luciérnagas, no hay luna.
El negro mar está quieto.
No puede perturbarte.
Duerme mujer, duerme.
Estoy aquí para custodiar tus ojos que descansan.
Estoy aquí, con mis dedos rozando el perfume de tu cuerpo.
La música y el libro esperan por ti.
Para cuando despiertes, mujer, cuando despiertes.
(c) Juan José Mestre.