Se pone el sol y algo se pierde entre el velamen. Ora el dorado interrogante de un reflejo, ora la muda voz del enigma que se esconde detrás del fuego elemental, básico hechicero de la vida. La piel desnuda se plaga de aromas contrapuestos en esa indolente humedad de la arena junto a las olas. Amalgama de violetas y penumbras, el bosquecillo se refugia en sí mismo, adormecido. Sordina del crepúsculo, declinante danza del calmo dormir de las aves, jugueteo fugaz de los delfines, la luna aparece por costumbre. Los palos en cruz de los barcos rayan el martirio y la pasión, que son lo mismo que aquellos maderos de los ladrones y el Nazareno.
© Juan José Mestre
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