UN BUEN HOMBRE
Se puede catalogar a mi abuelo
Nasif como un buen hombre y sin duda lo fue. Vivió para su familia y su
trabajo. Y los demás. Generoso como
pocos, se brindaba al prójimo sin condiciones. Pagaba las compras de las
mujeres que hallaba en la verdulería, incluida mi tía Pepa, por el solo placer
de de brindarse. Todos los mediodía esperaba la salida de las maestras de la
escuela 497, a la sazón en Rivadavia y Pavón, para ayudarlas con los útiles y
acompañarlas hasta su casa. Todos los días, puntualmente, se llegaba a la escuela
donde estudiaba mi tía Nilda ( la 540) para dejarle facturas para ella y sus
compañeros. Muchos le deben el trabajo de ferroviarios, muy bien remunerado en
aquella época, por sus recomendaciones. Todos los días compraba pan fresco y lo dejaba en
una cesta para quien no pudiera comprarlo. Sí, digo pan fresco porque él mismo
iba a comprobar que no lo habían cambiarlo. De mí no voy a hablar porque será
redundante contar tofo lo que me daba:
sólo voy a decir que nunca me voy a olvidar de lo dorado del sol al atravesar
la vitrina donde Sanesteban guardaba los pastelitos con almíbar que me compraba
cada día. Ese mismo hombre murió el 20 de julio de 1962, veinte minutos después de llevarme a comprar tizas de
colores. Ese hombre al que los recolectores de
residuos extrañaban porque en las madrugadas les alcanzaba una copita de
caña o de grappa.
© Juan José Mestre.
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