Tal como le había dicho el Dr.
Pedro Osvaldo Sagreras a mi madre, comencé a caminar a los siete años. Así, de
repente, sin decir agua va. Según me cuentan –puesto que no sé por qué motivo este hecho se borró
de mi mente-, los gritos de mi madre sonaron tan fuertes que me caí
(literalmente) de culo. Lo cierto es que estaba sentado y mi abuela me tiró los
brazos y me paré con toda naturalidad y fui hacia ella. La felicidad de mi familia
era total. Así pasaron unos meses conmigo como en “Star Trek”, dedicado “descubrir
nuevos mundos” hasta que un día, tan inopinadamente como había comenzado, dejé
de caminar. Mi madre habló por teléfono con el médico y éste le dijo que me
llevara inmediatamente. Ya en Buenos Aires, en un minuto le dio el diagnóstico:
pie plano. Partió conmigo hacia la Ortopedia Beltrán, a
mejor de aquellos años. Allí me pusieron
unos horribles zoquetes blancos y me pararon dentro de una palangana con yeso
fresco. Hasta que fraguó no me dejaron ir, al tiempo que le indicaban esos
horribles zapatos “Pie Tutoris” que, junto a las plantillas formarían el arco
inexistente de mis plantas. Con ese karma volví a Venado y en dos años estaba
medianamente recuperado. Pero al susto de la palangana no me lo saca nadie.
© Juan José Mestre.
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