Llegamos a La Cumbre en una
preciosa mañana de septiembre. Lo obligado
era llegar al pie del Cristo Redentor. Mientras nos preparábamos para la
aventura, le dije a mi mamá que hiciera lo mismo. Me contestó que no tenía ganas. Lo pensé y me
pareció lógico. Emprendimos el ascenso y ella, con unos pocos más, se quedaron
en el micro. Yo parecía un rey rodeado de una corte de adulones. En realidad,
buscaban rodearme por todos los flancos para que no me cayera. Era un poco
arduo, pero no tanto. Cuando llegamos, nadie cabía en su alegría. Salvo la cara
de Leticia, que había optado por subir por el brazo de un arroyito seco para
llegar primero. Cuando me vio, no lo podía creer. Nosotros, fresquitos y campantes; ella. extenuada
y cubierta de tierra y ramitas secas. Allá arriba era todo alegría y no tardó
en contagiarse. El paisaje era increíble y con Oscar Pollioto y Oscar Paroli
fuimos al pie del Cristo y me tuvieron que pisar para que no me llevara el
viento. Nos sacamos una foto, pero en una diapositiva. Aún la tengo, pero no se
puede escanear. En fin, que la pasamos genial allá arriba no hay dudas. Ya de regreso al colectivo, le
pregunté a mi vieja por qué no había subido. Me dijo que no hubiera soportado
el hecho de llegar ella y yo no…
Seguimos nuestro camino en ese viaje de egresados increíble, allá por el ’75. El
trayecto hacia nuestro próximo destino
sirvió de descanso y de disfrute para
encarar con fuerzas el desafío de la segunda parada del día.
© Juan José Mestre.
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