martes, octubre 02, 2012

MI MADRE




Mi madre, con sus dieciséis años, era el fuego vital de la casa. Por ese entonces, la abuela había delegado en ella casi todas las tareas domésticas, salvo la cocina, en ella. Mientras ella cosía ropa para la Casa Ansaldi,  Leli  atendía a los hombres (su padre y su hermano), hacía la limpieza, se ocupaba de mi tía Nilda y enseñaba piano a cincuenta y cuatro alumnos. Esto le insumía casi todo el día, más aún cuando toma lección. Esa era la tarea de los martes y los jueves. Los dos pianos no daban abasto y la casa se llenaba de música. Los clásicos, los románticos, las sonatas y la Danza Ritual del Fuego ganaban el aire y lo embellecían. Ella corregía mientras lavaba los pisos. A los quince años comenzó a noviar con un muchacho del que estaba enamorada ( o por lo menos eso creía),  pero rompieron por una tontería. Habría de esperar hasta los veinticuatro años para aceptar otro novio: el que luego sería mi padre. Se casaron en 1952 y perdió tres embarazos antes de   mi nacimiento. Fue un punto de inflexión en su vida. Lejos de apagarla, mi enfermedad le dio el impulso vital  una leona. Se propuso curarme, mejorar mi calidad de vida o lo que pudiera y en eso embarcó a toda la familia. Lo logró con creces y eso la ponía feliz. Un solo año no me festejó el cumpleaños: fue hace casi cuatro años, seis días antes de morir.  Durante  su vida tuvo momentos muy felices, pero siempre un dejo de tristeza se escondía en sus bellos ojos.


© Juan José Mestre.

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