Siempre he dicho que hay cosas
peores que la muerte. El sentir que estás solo en el mundo es la peor de ellas.
Desde que murió mi madre, me pasaron cosas que ni quiero recodar. Pero uno de
esos días fue el 1 de noviembre de 2008. La señora que me acompañaba se había ido a Córdoba y no tenía intenciones
de volver. Yo estaba en mi casa de mi tía Nilda que no podía atenderme. A las
diez y media de aquel domingo la llamó a Leti para que me hiciera pata hasta
las siete de la tarde en que teníamos una entrevista con Gladis, una chica que
pretendía tomar el trabajo. Pero era todo muy incierto. Si no salía bien, yo me
quedaba en banda. Leti fue a buscarme, almorzamos, pasamos la tarde en su casa
y unos minutos antes de esa hora, estábamos en casa. Cuando llegamos, Gladis
estaba esperando en la puerta. Hicimos la entrevista y desde ese momento quedó
cuidando de la casa y de mí. Pero aquel día no se lo deseo a nadie. El no saber
que va a ser de vos en las próximas horas es la peor de las incertidumbres. Te convertís
en un paria, te aseguro. Perdés entidad. Te quedás congelado en las horas que
ni siquiera transcurren. No pertenecés a nadie ni a nadie. Sos una entelequia. Ni más ni menos. Sólo pido una
cosa: no repetir esa experiencia.
© Juan José Mestre
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