Allá por los años setenta, mi
abuela había alquilado el salón de peluquería a un zapatero remendón. Cuando oía
sus pasos presurosos y el repiqueteo de
los tacos altos contra las baldosas de la vereda, sabía que era Zulema Santos, la mamá de María Elena. Su andar era
inconfundible. Caminaba rápido y a pasos cortos., con todo lo que le permitían
sus piernas, bajita como era. Nunca se quedaba quieta: dejaba el calzado en
manos de Don Juan Kegalj y volvía sobre
sus pasos. Yo me paraba en la puerta de calle para saludarla. “Chau Mestre” me decía presurosa. Dueña de una alegría muy
similar a la de María Elena, siempre tenía una sonrisa en los labios. Recuerdo
cómo le recomendó a mi mamá que cuidara de su hija durante el viaje de egresados:
”¡Cuídeme a la nena, señora!” le pedía casi implorante. Tiempo después, me
invitaron a ver Argentina- Polonia en la incipiente TV color. Como a las diez y
pico, Don Tadeo, Juan José (a la sazón
novio de Mariska) y yo estábamos disfrutando del juego y bebiendo whisky.de
pronto, Zulema se levanta y dice: “Vamos de la modista Nena”. Don Tadeo le advirtió sobre lo intempestivo de la hora,
pero no hubo caso: allí fueron entre risas y bromas. A su regreso, estaban
chochas por la forma en que la modista les había hecho la prueba en camisón y
con un ojo medio abierto. Nunca olvidaré a esta mujer que, bajo esa fachada de
desenfado, era la columna vertebral de su hogar…
© Juan José Mestre.
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