Mis manos siempre fueron todo un
tema. Incapaz yo de dominarlas, requerían toda una terapia especializada para
que , medianamente, me fueran de alguna utilidad. Por supuesto, en Venado no había
nadie que hiciera rehabilitación. . pero yo podía menos que caer parado. La señora
Zulma Mouguelar, mi primera maestra, tenía una imaginación y creatividad poco
comunes e inventaba los más variados ejercicios para ir dominando mi indómito
pulso. Por ejemplo, dibujaba animalitos en cartulina y yo debía pinchar el
contorno para que se recortaran, tal como ahora se hace con los troqueles de medicamentos.
Para tal fin, me valía de un pinche y una almohadilla (también inventados por
ella). El primero no era más que una
aguja de coser incrustada en un corcho. Al principio ella me llevaba la mano,
luego me dejó solo. Me llevó meses hacerlo. Era un sufrimiento atroz por los
pinchazos en la mano izquierda y por la frustración de no lograr hacer un
agujero medianamente cercano al otro. El día que logré desprender el elefante
del rectángulo, el placer fue mayúsculo. Nunca olvidaré la sonrisa tierna de
esa mujer delicada, cuidadosa, casi sobreprotectora que hacía su trabajo con
mucho más amor del requerido. Si hoy
estoy escribiendo esto, es mérito casi exclusivo de ella. Hace unos pocos meses
la vi. Charlamos un ratito y se fue. Más o menos como si nos dijéramos “hasta
mañana” y ella tuviera que ir a preparar la tarea para el día siguiente.
© Juan José Mestre.
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