Casi todos los días, Gustavo (el
hermano de Leti), nos prestaba su auto: era un Citroën muy similar al de la foto. Y nosotros le
sacábamos el jugo de lo lindo. Más aún, los sábados a la tarde cuando nos subíamos
todos a él y nos lanzábamos a una loca aventura de charlas, risas y paseos. Para
que tengan una idea, “todos” éramos como diez que de milagro entrábamos en el
pequeño habitáculo. Lo cierto es que, encimados, apretujados y hasta
aplastados, la pasábamos “bomba”. Y en ese dar vueltas y más vueltas sin ton ni
son, una vez –a eso de las cuatro de la tarde- embocamos la Avenida Mitre
cuando era doble mano. Veníamos de la calle Santa Fe hacia el centro y María
Elena nos dijo que esperáramos un minuto que tenía que entrar a su casa. Pues bien,
eso hicimos. Nos quedamos estacionados hablando de bueyes perdidos mientras pasaba
el minuto. Al rato, es decir: al minuto multiplicado por treinta, nos empezamos a preguntar por la tardanza,
pero decidimos seguir adelante con la charla, entre preocupados e intrigados.
¿Qué haría María Elena en la casa? Tuvimos que esperar otros veinte minutos para
develar el misterio. Cuando subió al auto y le preguntamos, nos dijo con total desenfado:” Mi mamá me hizo la leche ¡y
estaba de rica!” Los reproches (por no decir vituperios) comenzaron a lloverle.
Muy lejos de enojarse, comenzó a reírse y nos dijo: “Bueno, qué quieren,
no alcanzaba para todos!” Es que a María Elena le puede faltar lo que
quieran. Es más, se le puede pedir cualquier cosa. Salvo la leche.
© Juan José Mestre.
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