La tarde era muy lluviosa. Muy lluviosa
y oscura. Pero yo igualmente fui a la
casa de Lilia Martino para estudiar algo con Leti en ese sábado
inclemente. A los pocos minutos se
desató una tormenta de aquellas. Como obvia consecuencia, se cortó la luz y se
acabaron los estudios. Por suerte, la planta alta de la casa está conectada a
otra fase y allí había luz. Allí nos mudamos, ya para merendar. Lilia nos
obsequió con un tentempié tan suculento como sólo ella podía hacer. Comimos hasta
el hartazgo y al terminar, Leti me dijo que no valía la pena seguir porque
incluso allí se veía muy poco a causa de la baja tensión. Llamamos a mi padre y
nos quedamos a esperar su llegada. Cuando
sonó el timbre (el del antiguo estudio
jurídico que, curiosamente, estaba conectado a la fase que tenía electricidad),
Lilia se lanzó escaleras abajo. Hay que decir que tenía problemas de visión,
pero al mismo tiempo su carácter ansioso y apresurado la llevaba a menudo
falsas conclusiones. Y exactamente eso fue lo que pasó: con la puerta abierta a
medias dijo: “¡Buenas tardes señora de Mestre!”
Nosotros, que bajábamos despaciosamente las escaleras en la penumbra de
esa noche prematura, vimos la silueta de mi viejo que lucía exactamente como
ilustra la figura y Leti que decía con vos ronca:” Mamá, no seas tontuela… ¡¡¡Es el papá del Flaco!!!” Tontuela no fue
precisamente la palabra que usó, pero Lilia ni se inmutó y simplemente dijo: “Y
bueno che: me equivoqué”. De la mudez de mi viejo nadie dijo nada.
© Juan José Mestre.
1 comentario:
Es pa seguirla, Juanjo. Primeros platitos de un aperitivo que se siguen con almuerzo de aquellos...
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