En aquel año de 1974 y con el fin
de recaudar fondos para costear nuestro viaje de egresados, alquilábamos un día
por semana de Papá Doc, el boliche más concurrido de Venado en esa época. Las tertulias
iban de 19:00 a 24:00, pero siempre se extendían un rato más. Fue uno de esos
días que mi madre entró en pánico al no
verme llegar a eso de las dos de la madrugada. Mi padre trató de tranquilizarla
en vano. Fue así que tuvo que levantarse
y salir en mi busca. Cuando llegó a la tertulia, el ambiente estaba realmente
animado. Y a él, que tenía una onda bárbara con los jóvenes, le encantó. Inmediatamente
Oscar Paroli le sirvió in whisky. Y a los pocos minutos estaba instalado detrás
de la barra con Roberto Alfaro, el dueño. La disco tenía una contraseña para
anunciar el cierre: era esa canción de
El Mono Relojero que decía que los niños debían ir a dormir. Como a la media
hora, el “Barba” (que así le decíamos a Alfaro) le dijo al Disc Jockey: “¡mandá al mono!” y mi
viejo lo paró en seco: “¡dejalo un
ratito más!”. Así, entre “¡mandá el mono!” y contraórdenes, la velada llegó a
las 4:30 ó 5:00 y todo el mundo, empezando por mi viejo, que estaba más feliz
que el resto. Volvimos como quince en el auto y a casa llegamos como a las
seis, calladitos, listos para soportar el reto de mi vieja.
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