El lunes había comenzado con la
pachorra habitual de esos días en el colegio y aún más en nuestro curso. Pero en
la penúltima hora de clase algunos se habían recuperado y estaban con todas las
luces. Y las clases del profesor de química erra un buen pretexto para tener
cuarenta minutos de recreo. Por esos tiempos, ir al cine el domingo era una
obligación autoimpuesta. Y yo había faltado a ella no recuerdo por qué motivo. ¡Justo
el día en que daban el largometraje con dibujos animados de La Pantera Rosa!
Estaba frustrado. Con mucha bronca. Y no
había solución. Ya no estaba más en cartel. Me la había perdido. Pero siempre
hay una salida, una solución. Y se presentó en la presencia de Leticia. Debo decir
que –a la sazón- era una bella e introvertida niña de diecisiete años, salvo cuando algo le
gustaba. Aún hoy conserva esa virtud de narrar cosas graciosamente. Aquel día me
preguntó por el motivo de mi ausencia, dijo “no sabés lo que te perdiste”, e ipso
facto se paró de su banco y, de pie, comenzó a contarme –cuadro por cuadro y
con pelos y señales- la película. Y yo
me despatarraba, cuan largo era, por toda el aula. El profesor nos llamó varias
veces la atención…. Hasta que nos echó. Corrimos a los baños para que Margarita
Kenny (la rectora) no nos viera. Cuando sonó el timbre, volvimos al aula justo
en el momento en que el profe se retiraba. A Leti no le dijo nada, pero a mí me
tomó el brazo y me espetó: “Mestre, ¡qué amiguita tiene usted, eh!”.
© Juan José Mestre.
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