María y José Arbaham eran primos
de mi abuelo. Mejor dicho, José era el primo y estaba casado con esa dulce
criolla que le dio tres o cuatro hijos. Él había llegado de El Líbano por
iniciativa de mi abuelo y se afincó en Córdoba, más precisamente en el pueblito
de San Roque, aguas abajo del dique del mismo nombre. Cuando le enseñó a tomar
mate, el abuelo Tanus le dijo que era de
buena educación guardarlo en un armario, con lo cual armaba un revuelo entre
los anfitriones que no se imaginaban dónde podría estar la preciada calabaza. Y
el pobre José ni enterado puesto que no hablaba ni una palabra de castellano. Lo
cierto es que, con los años se afincó a
orillas del río San Roque, compró un
pequeño rebaño de ovejas, una pequeña parcela de campo, (era un poco más grande
que mi casa) y se dedicó a su vida de pastor allí, a unos metros del monolito
que marca el centro geográfico de la Argentina. Ese era mi destino de vacaciones
allá por los años sesenta. Era una casa
humilde, de adobe, rodeada de árboles frutales y sauces. La cercanía del río la
hacía especial, como un remanso. Eso y sus habitantes: eran pobres, muy pobres,
con esa dignidad que da el saberse honesto, bondadoso, austero para sí, pero
con una generosidad sin límites para los demás. Nunca comí un dulce de
membrillo tan rico como el que hacía María. Tampoco, nunca sentí tanta paz como
en aquellas noches de enero con el suave murmullo del río como canción de
cuna, los días se pasaban plenos de
aromas serranos, bucólicas horas para jugar con el viento mientras el sol discurría su andar cansino hacia el
otro lado de las sierras. Yo jugaba con
los perros, escuchaba radio o, simplemente, me dejaba estar. Incuso cuando
llovía era un deleite.las chapas del techo eran toda una sinfonía a borbotones
y nosotros, adentro, con el mate y las tortas fritas. Los adultos hablado de
bueyes perdidos; yo, sencillamente, mirando el milagro de esas gotas gordas haciendo
burbujas en el barro.
© Juann José Mestre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario