No recuerdo en qué momento nos
hicimos amigos, pero sí sé del disparador que nos unió para siempre: La Negra Paizal.
Es que con María Silvia Sagristá (Valo), Carla y la Cristi eran inseparables. Cuando
murió la Negra –doce años el próximo sábado- , nos juramentamos no olvidarla. Ya
éramos amigos desde tiempo atrás, pero
su partida nos fusionó en nuestras vidas. Si he de describirla, Valo es una de
las personas más dulces que he conocido. Armoniosa, encantadora, siempre es un
placer estar a su lado y charlar con ella un largo rato. Cada vez que viene a Venado nos unimos en un
abrazo profundo, amoroso, largamente querido, ensoñador. Después de abrazo,
viene el chocolate. Sí, porque invariablemente me dice “te traje un chocolate”.
Y luego el recuerdo de aquella tarde preciosa de febrero en Rosario, paseando
en auto y luego el helado más rico de mi vida en aquel remanso artesanal con
más de cincuenta años. Y nada. Simplemente que ella es un sueño y yo, agradecido
de contarme entre sus amigos. Esto solo vale el bosquejo de una amiga a quien
adoro.
© Juan José Mestre.
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