Un vértice es
el comienzo, la convergencia
del Todo con esa terca mueca de
que busca con loca ceguera el ángulo opuesto
por cumplir su único objetivo, incrédulo delfín de un reino
que no existe ni siquiera en la inaccesible y abrupta inexistencia del orden.
Infiel vaticinador del nihilismo, la negación de los propios límites lo atrapa en sus redes.
No hay más por hacer.
Dejar que se expanda y se expanda en su propio vórtice irracional es lo adecuado.
Que decaiga el lumen, que el flujo de lo oscuro sea el castillo donde fije su libre y esclavizante
morada.
el grito de las aves y los niños, la piel ajada y temblorosa de los viejos,
el frescor del río con sus sauces,
los mirasoles de Van Gogh y un poco o mucho
de tristeza por el amor y por la muerte.
Este ángulo es el de arriba o el de abajo.
Da igual: una ecuación de incógnitas
y certezas cierra el vértice
inferior
y a la vez lo abre.
© Juan José Mestre
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