Es sencillo: no podemos luchar contra nuestra propia humanidad. Se nos hace creer que somos invencibles e infalibles. El prefijo "in" se ha convertido en el apotegma de la época. La negación de la maldad es moneda corriente. Si alguien mata está loco y por lo tanto es inimputable. En realidad, los locos pueden llegar a matar, pero no es lo común. Son locos, no asesinos. Este ejemplo demuestra acabadamente la estimagtización de unos en aras de la negación. Todos somos buenos. Todos tenemos atenuantes. Estamos equivocados. O somos víctimas del neoliberalismo de los noventa. Es cierto. Pero nadie habla de la maldad ontológica. Nadie -o casi nadie- dice que un tipo mató a otro simplemente porque es un reverendo demonio. ¿Se dan cuenta hasta dónde llega la cosa? Por explicar algo que está clarísimo en mi mente, di un giro irrevocable hacia el misticismo. Es que la crisis de valores se ha llevado hasta los disvalores. La maldad intrínseca de lo humano entre ellos. Porque somos bipolares. Capaces de lo más excelso a lo más abyecto. Si somos buenos, ¿por qué motivo, causa o razón negamos la maldad? Hasta
Es que todo esto de la cultura hueca, mediática, advenidiza, facilista, que todo lo estereotipa en aras de la ideología de lo estúpido, todo lo que tienda hacia el mal es enfermo. Conceptualmente, nada más erróneo. Puede haber enfermos que maten, violen, ultrajen o lo que fuere. En ese sentido, tales acciones importarían "síntomas" del trastorno que padecen. En el mismo sentido, se puede tomar a un individuo que por pura maldad comete verdaderos estropicios tales como mutilar, aplicar tormentos y otras hazañas.
Pero sin llegar a estos extremos, ¿nos hemos puesto a pensar en la cantidad de maldades que cometemos a diario por el solo hecho de ser humanos? Mezquindades, egoísmos, apetencias personales que prevalecen sobre cualquier clase de altruismo, competencia estéril, envidia, celos del otro...
Es que caminamos con nuestra humanidad a cuestas y muchas veces nos pesa mucho más de lo que estamos dispuestos a admitir. En este punto es que comenzamos a camuflarla. En este punto comienzan los justificativos para descargar culpas en el próximo, a esconder la tierrita debajo de la alfombra y a expulsar con vergüenza la pelusa del ombligo.
© Juan José Mestre
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