domingo, mayo 21, 2006

Instante liminar


Fotograma del filme Mi pie izquierdo

En el instante liminar que lo trastoca todo, sacudo mi cansancio igual que un perro lo hace con sus pulgas. No alcanza y se sabía. Es el agobio milenario de ver-sentir-sudar la terrible congoja de no haber aprendido la lección de estas tardes llenas de apatías. Lucho con los fantasmas de siempre, la rigidez de mis músculos, la soledad que nunca es poca, el quedo transcurrir hacia el poniente, la furia de mis dedos aporreando el teclado. Me levanto de la silla y casi no puedo moverme: es el designio de los tiempos que me tira hacia el pasado y no permite más que el tipeo de esto que no es nada. No es vida, no es impulso, no es nada. Es -eso sí- un dolor insoportable que me recorre el cuerpo, que pienso en María y las inyecciones de hierro y B12 en la espalda y un espasmo de agobio recorre el alma y no quiero no quiero no quiero. Digo no a esta lucidez que me hace perder lo único bueno de ser chico: esa fantasía de creer en algo más que en las jeringas y brebajes, que hay algo mejor que los cayos en la espalda cuando el culo no deja lugar para otra pústula. Un gorrión descolocado canta en mi ventana. No es hora de cantos, sino de letanías. Aquellas que vienen desde que mi conciencia es tal. Letanías de voces que se agolpan para que la mezcolanza sea menos soportable, para que la mente pegue un brinco y se rebele con dolor en los occipitales, para que las tripas se retuerzan en busca del presente, no porque sea mejor: es que al menos me pertenece. Así como la calma de la tarde calurosa, quizá con los gritos de los hijos que nunca tuve. Tal vez con el sueño prestado de caminar libre por las calles con alguien a mi lado. El agobio sigue. También los fantasmas. Después de casi cincuenta y dos años, uno termina un poco más calmo y piensa que al fin y al cabo le quedan pocas pulgas...

© Juan José Mestre

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