Elevo mi canto a los dorados,
respiro el verde fresco de la menta,
acaricio la pálida rosa de tus manos,
me duele el rojo derramado de la sangre;
perplejo por el blanco de una nube,
el azul del cielo penetra sosegado en la mirada…
y ahí se queda, radiante y silencioso.
© Juan José Mestre
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