Un canto disipado, casi orgiástico, luz sin color en las penumbras de la carne, gemido gutural como el placer arrancado del vientre de las bestias se oyó de pronto en la urbanidad que se convierte en selva. Alguien estaba penetrando a alguien. De lo que nadie se percató, atraídas las almas por el voyeurismo oculto y pudoroso, fue del trágico silencio que siguió después, cuando la muerte pasó subrepticia por la acera quejumbrosa.
© Juan José Mestre
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