Voy dejando caer mis hojas en el resignado otoño que muere entre pardos y dorados. No es nada importante, eso es seguro. Me consuelo con dejar unos pocos versos por legado y que el viento, con su bella tarea de inseminar los campos, haga de ellos algún mirasol que se atreva -por una vez siquiera- a mirar la fría cara de la luna. O que el nombre de mi amada se transforme en violeta y comience a perfumar la dócil sombra de un jardín abandonado. En este transitar de adagios vespertinos, acaricio el tardío sueño de un jazmín que florezca en el próximo diciembre, rindiéndole pleitesía al verano despuntando vida y que, con su tersura, bañe por fin la sequedad de mi epitafio sin palabras.
© Juan José Mestre
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