A Silsh, mi Amiga.
En un día gris, las horas semejan ausencias y presencias que se cuelan por las ramas llorosas de los árboles. Un sutil destiempo se trepa por las manos entrecruzando esperas. Todo es aparente, ficto, un horizonte invisible que se mueve en busca del destino que no encuentra. El cielo promete tus trenzas negras que nunca llegan. La paloma, apichonada por la inercia del paisaje, hace círculos intocables en el lecho hirsuto de su nido.
Un rostro, el tuyo –esquivo y dulce-, es lo que se refleja en la quietud de unos dedos sazonados por el ansia. La caricia sería inevitable si estuvieras. Si estuvieras, mis ojos buscarían un poco de luz para mirarte. La nostalgia, corpórea ninfa de la bruma, hace lo suyo. En lo oscuro del cuenco de mis palmas escondo mi corazón abierto para recibir ese silencio tuyo que mira al sur, eternamente.
© Juan José Mestre
© Foto: Manuel Álvarez Bravo
En un día gris, las horas semejan ausencias y presencias que se cuelan por las ramas llorosas de los árboles. Un sutil destiempo se trepa por las manos entrecruzando esperas. Todo es aparente, ficto, un horizonte invisible que se mueve en busca del destino que no encuentra. El cielo promete tus trenzas negras que nunca llegan. La paloma, apichonada por la inercia del paisaje, hace círculos intocables en el lecho hirsuto de su nido.
Un rostro, el tuyo –esquivo y dulce-, es lo que se refleja en la quietud de unos dedos sazonados por el ansia. La caricia sería inevitable si estuvieras. Si estuvieras, mis ojos buscarían un poco de luz para mirarte. La nostalgia, corpórea ninfa de la bruma, hace lo suyo. En lo oscuro del cuenco de mis palmas escondo mi corazón abierto para recibir ese silencio tuyo que mira al sur, eternamente.
© Juan José Mestre
© Foto: Manuel Álvarez Bravo
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