Murió como había vivido: sola. Hoy tampoco pudo escapar a su destino. Está en la sala mortuoria esperando la hora de su entierro. Tal vez alguien se apiade y la acompañe a su encuentro con el olvido. O quizá haya tropezado con él en la tibieza inasequible de esa caja.
© Juan José Mestre
A la memoria de Irma.
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