viernes, septiembre 17, 2010

LA ESPERA

Una sonata, una cualquiera, trae a mí ese dejo de caricias olvidadas por la casi eternidad del día. Es como el agua fresca acopiada en los cántaros de arcilla primigenia o la yerbabuena cuando baña el aire con fragancias taciturnas, por poco al borde del ensueño. Es el trigo de tu piel dorando los sembrados; es la fresa roja de tu vientre que difiere las aguas llenas así la espuma no abandona la costa apasionada de sereno. Es el sojuzgarse a las horas para que propicien el rencuentro, el amor revoloteando en círculos, el nido prestado de los pájaros, ese arrullo de la luna en mediodía, el agudo canto de un niño -ángel del bosque- lleva una octava de cielo para preñar de música la noche. Mientras, las sombras caen con la desgana que da lo que es innegable. Luego, la furtiva noche será ninfa, doncella escatológica en la tibieza de tus muslos.


© Juan José Mestre

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