El paisaje urbano se introduce en el anodino transcurrir de la mañana. Inexpresiva, la gente pasa rauda a sus tareas cotidianas, contradiciendo la desgana de sus rostros. A la frialdad del viento se le suma el helado trajinar de estas almas ignotas, triviales, desconocidas. Solitarias, buscan su destino final en el oropel que refracta en el asfalto su cántico de bocinas y alarmas siempre distantes en la negación del Tiempo.
© Juan José Mestre
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