Uno, muchas veces, se deja llevar y no sabe que el tiempo vuelve cada cincuenta y dos años, que un árbol puede tener milenios y estar de pie y esas cosas… La pena, en cambio, casi siempre es constante y –por aquello que la alegría es efímera- va remando y remando con estos juicios a priori sin hurgar en la esencia de las cosas, con la conciencia como puede, con las señales de cada día, para que lo urgente vaya tapando con su pátina de exigencias los humores fétidos del mundo que, pese a todo, sigue siendo hermoso.
© Juan José Mestre
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