Rojo y negro son casi idénticos; las lágrimas de un sauce ensangrentado nutren la tierra con un fúnebre acorde de esa ignota mudez que se aparea, incestuosa, con el olvido. El cuadro es como esa infernal locura de un lienzo abismal que gana altura en una ráfaga de antimateria. No quedan esperanzas. De lo humano, casi nada: apenas unas manos crispadas se agitan tras el olvido.
© Juan José Mestre
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