Es esa desesperanza que nos nubla el alma, esa desazón que el cielo nos carga de improviso, el continuo peregrinar por nuestras miserias, el canto de las aves, tan ajeno y tan cercano, la arena de una playa que se retira al sueño del abismo, la luna de marzo (esquiva sensación de tránsito), y el dulce placer de una mujer que duerme lo que nos hace ángeles o demonios, magnánimos guardianes de bueno y de lo impío.
© Juan José Mestre
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