La camisa, desabrochada a sabiendas, dejaba ver una mínima parte del sostén blanco, inmaculado. La insinuación resultaba elegante, provocadora, hasta pudorosa. La he visto desnuda miles de veces, pero nunca tan excitante como en esta ocasión. El recato, nunca tan producido, le daba a su figura una gracia a la que ya estoy acostumbrado, pero con una insinuación que le daba una belleza que antes no había percibido. El brillo del sol en la mañana hacía de ella un bellísimo cuadro impresionista.
© Juan José Mestre
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