A veces, sólo a veces, se parecen los senderos. No hay ninguno igual. Todos son nuestros y ninguno. Todos tienen las huellas que dejamos a nuestro paso y aquellas que no transitamos. Todos los senderos se conocen porque tienen un mismo destino. No hay nadie en su destino y todos estamos en él. Caminantes de la nada, sólo recorremos el nuestro. En él, en cada sinuosidad y cada atajo, la vida fluye hacia el manantial único. No hay nada que pueda detenerla. Es un ciclo continuo, noria de azules y de negros. Nada puede detenerlo y todo puede ser el comienzo de un final. Y nuestras huellas vuelven sobre sus pasos.
© Juan José Mestre
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