El órgano se oye a lo lejos. La tristeza, en sus notas, es una subrepticia fisura en el helado rostro de una mujer trashumante, enloquecida. En cada silencio escapa una lágrima, lamento de sus pasos sobre la escarcha. Un pino eleva su perenne alegoría de muerte a un costado del paisaje. La letanía furiosa del viento no se detiene. Algunas notas se escuchan todavía. Pronto, el viento y el silencio llorarán lo poco que queda de esa música opaca como el cielo inconmovible.
© Juan José Mestre
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