La palabra, esa corsaria de pasiones y ternuras,
se vende al mejor postor para trocarse
en verbo de amor y de indolencias.
Camina por el aire –libélula de ocho alas-
y muere con el sol, en cada ocaso: enmudecida,
grita destellos a la luna, amante silenciosa.
Cuando se tropieza con la muerte, enmudece
para que dialoguen los cañones
y cuando se entrelaza con la vida,
estalla en borbotones y gemidos.
Es fulgor tibio en el susurro de un abrazo,
mas espada mortal en desentonado grito que apedrea almas.
La palabra, esa corsaria de amores y ternuras,
es mi eterna enamorada:
tal vez por eso el desencuentro
por no ceder el verbo carente de sentido
en el silencio amorfo,
áspero adverbio sin lugar y sin paráfrasis.
© Juan José Mestre
Foto: Lucía Requejo, "Soledad"
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