Fagocitado hasta su cauce, el río se ahoga en el agua que se ha ido. Tierra quebradiza donde habitaban los peces. El sol es una cuerda que asfixia unos pocos charcos remanentes. Más abajo, el mismo paisaje se regocija con la osamenta de una vaca. Silencio donde antes eran los trinos. El frescor del valle llueve hoy viento implacable. Llamas de angustia se derraman con el polvo parecido al talco. Las grietas se apoderan de la tierra madre y corrompen su seno generoso. Arde la garganta por tanta seca: arde por sed y por impotencia. Sólo las plumas que se desprenden de un gorrión muerto son capaces de elevarse en vuelo. Un viejo mira al cielo y ni siquiera implora. Está cerca del final y lo sabe. Un changuito juega indiferente su ritual de pobre. Se oyen las cadenas de los pozos. Es que las mujeres, en su eterna lucha por preservar la especie, palpan el útero yermo del suelo, en una búsqueda cada día más inútil y siniestra.
© Juan José Mestre