martes, marzo 14, 2006

Su nombre era Alma

Su nombre era Alma. Ni siquiera recuerdo cómo es que lo recuerdo. Ha pasado tanto tiempo desde aquel mediodía en que nos conocimos…
Golondrina que vuelve al norte, sólo fue eso: un fugaz intento de amor entre equinoccios, el sabor de sus labios en mi boca, un leve rozar de sus senos contra mi pecho y la fragilidad de sus brazos forjando mariposas en mi cuello.
Desesperanza en sus ojos negros, suave hojarasca que anuncia marzos que agonizan, su trémula voz adolescente fue nada más que una canción de adiós, trunca cadencia de una promesa balbuceada de regresos, acorde inconcluso por el paso de un tren ignorante de todo, reclamo de ausencia, memoria de paso, un ulular de melancolía en los rieles centelleantes de sol y de congojas.
Fue un amor de minutos y una infinitud de eternidades. La brevedad de varias vidas enajenadas por la certeza del imposible.
Una sonrisa tenue se dibujó en la levedad de su boca. Debo irme, me dijo, justo cuando el sol se escondía detrás del andén de las épocas.
Las violetas, ocultas por el verdín que imploraba su paso acariciante, se entregaron a la muerte más dulce para que pudiera regalarle un ramillete. Un instante hecho sinfín de azul duró la despedida.
Aún recuerdo su paso hendiendo el tedio sobre los generosos durmientes mientras yo quedaba, inmóvil, con el Alma en la boca.

© Juan José Mestre

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