jueves, marzo 23, 2006

Historia Constitucional Argentina

Cada vez que viene a mi mente aquella mañana otoñal, un escalofrío recorre mi espina dorsal. Iba yo a dar mi examen final de Historia Constitucional Argentina cuando el chofer del "bondi"* me dice: si vas para el centro, ni loco entro, ¡hay mucho quilombo!**. Cerró la puerta en mis narices y salió disparado hacia los suburbios. Luego de media hora de espera, un taxi se apiadó de mi terca actitud de querer llegar de cualquier modo y me llevó -haciendo un rodeo que evitara todo el centro de Rosario justamente para arribar al corazón de él- mientras me explicaba: "Los milicos están dando batalla a unos Montoneros que coparon el techo de La Favorita***". Y me dejó a dos cuadras del hermoso edificio art decó que hasta hace unos días albergara a la Facultad de Derecho y que fuera destruido por un incendio. A cincuenta metros del comando en jefe del segundo cuerpo de ejército, me vi envuelto en una maraña de tanquetas y fuerzas de infantería que partían velozmente al punto del conflicto, ubicado apenas ocho cuadras de allí. Los disparos de metralla eran perfectamente audibles; el caos era tan patente que sólo atiné a agachar la cabeza y tratar de entrar a la facultad.
Lo que pasó adentro, es otra historia.
El ambiente semejaba un convento de clausura: luces amarillentas, voces acalladas, murmullos lejanos, casi nadie en los pasillos y mucho menos que nadie en las aulas, daban al conjunto un aire de irrealidad casi rayano a la locura. Si el mundo había terminado de pronto y yo no había caído en la cuenta, entonces ése era el fin del mundo.
Cuando entré al claustro que habían asignado para el examen, tres alumnos aguardaban que concluyera la amena y despreocupada charla de los profesores. Estaban distendidos, seguramente aliviados por el poco tiempo que les llevaría decidir sobre nuestra sapiencia.
En el momento que por fin comenzaron a ocuparse de su tarea, nos hicieron presentar nuestras libretas, que era mucho más expeditivo que la engorrosa labor de pasar lista, hasta encontrar a cuatro nombres entre los ciento cincuenta inscriptos.
A mí me tocó el último turno. Durante casi una hora, el letargo que producía el monótono repiqueteo de las ametralladoras y el diálogo dispar que se daba entre mis ocasionales compañeros y los catedráticos, me sumió en una modorra de la que sólo salí en el momento en que me llamaron para rendir. Todo transcurrió sin tropiezos: hablé sobre mi tema, y luego ellos preguntaron, preguntaron y preguntaron. En un momento dado, algo me sacudió el sopor. La sirena de una ambulancia que pasaba por la calle Balcarce. Me di cuenta entonces de que estaba hablando del despotismo ilustrado en Rusia y de su representante, Catalina La Grande...
No recuerdo cómo subí al taxi que me llevaría a un lugar seguro. Lo que sí sé es que le pregunté al conductor si podía pasar por el centro. "No, pibe, los Montos todavía están rodeados y no se entregan."
Me relajé. Había terminado bien el día: con mi Historia aprobada, ya podía volver a casa para preparar la próxima, que estaba bastante cercana por cierto.


© Juan José Mestre


* Bondi: colectivo, transporte público urbano.

** Quilombo: burdel. En Argentina, lío, desorden.

*** La Favorita: tienda tradicional de Rosario (ya cerrada).

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