jueves, marzo 23, 2006

Olor a botas y fusiles

Fotograma del film Garage Olimpo




"La vileza del sable que amenaza"
Almafuerte, La Sombra de la Patria

Había olor a botas y fusiles. Aquí, en el pueblo, la noche tenía una tensión extraña. Recuerdo que aquel otoño de tres días se sucedía sin muchas estridencias y el clima era plácidamente cálido. Lo único que indicaba la intranquilidad reinante eran los ecos de Buenos Aires. Con una televisión casi en ciernes, llegada vía microondas desde Rosario, poco era lo que se sabía. No obstante, a través de la onda de Radio Colonia, Uruguay, y de los periódicos, se sabía que la caída del gobierno de Isabel Perón era un hecho. Claro que en la casa, los temas pasaban por otras aristas: al día siguiente llegaba mi prima Rosita desde Río Tercero, huyendo del escarnio porque se había escapado del hogar paterno para convivir con un policía que finalmente la abandonó. Ese tema era mucho más fuerte que cualquier noticia sobre política. Lo cierto es que el golpe militar estaba en plena marcha desde mucho tiempo atrás. Ricardo Balbín cerró las puertas de juicio político a Isabel y ésta, a su vez, en 1973 les había dado vía libre a las fuerzas armadas para exterminar a la “subversión”. No quedaban más palabras. El país se hundía en la noche más profunda y horrorosa de su historia. López Rega caía, pero surgían otras bestias para hacer de la Argentina una ignominiosa cárcel adornada con papelitos del Mundial de Fútbol y alimentada con torturas, sangre y muerte. Mi prima Rosita llegó en un micro a las siete de la mañana del 24 de marzo de 1976. Había que ocuparse de recibirla y acogerla en la casa. Isabel iba a la cárcel. Poco importaba por estos pagos. El exilio de mi prima quedaría registrado en mi memoria como un símbolo de todos los destierros axiomáticos, palmarios e impulsados por el fundamentalismo mucho más atroz de la llamada doctrina de la seguridad nacional. Después, se sabe lo que pasó.

© Juan José Mestre






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