viernes, marzo 31, 2006

Otra carta de amor


Querida mía:

Los árboles abandonaron la sombra del crepúsculo para arroparse con su propio manto. Ya no hay luz afuera –y en mi alma. En la mañana, tal vez retorne ese errático enloquecer por la luminosidad del cielo sin tus ojos. Ahora, me entrego a la muerte iridiscente del lecho sin tu desnudez sonrosada por los jazmines rondando tu pubis. Ahora, muero el exacto tiempo que me llevará recuperar el maravilloso dulzor de las bayas negruzcas de tus senos. Es que no puedo vivir sin ti, remolino suave que embriaga las sienes de mi otoño. Pero cedo mi vida en pos de la tuya. Sabes vivir tu primavera. Nada tengo que decir. En el ocaso, me hechicé con el alba escrita en tu pelo. Eres trigal y no páramo, canto y no esa sombría ave del mutismo que se cierra tras la alberca. No puedes seguir mis pasos lentos. Debes correr por la pradera. Límpido cielo de septiembre, tu vientre ha jurado germinar en hijos. Hazlo. En nueve lunas estaré, inquieto, esperando los frutos rizados de tu semblante repetido en ramos tiernos. Tal vez, te atrevas a acunarme junto al niño, ahora que quiero volver al sueño calmo del invierno.

Te beso en el ensueño de los ángeles.

Yo, que tendré otro amor para llevarme.

© Juan José Mestre

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