El sudor,
la sangre,
la trabajosa enjundia
que ofrendamos cada día,
el construir la vida
con el esmero invariable
de la hormiga, nos humaniza.
Un canto gregoriano y la nostalgia
esperan su turno
y el rosal llora la casa ahora vacía.
Nada más obsceno
que los muros
de una casa derruida.
© Juan José Mestre
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