Que cada uno tiene su escala de valores no es novedad. Ahora bien: ¿hasta dónde es posible que lleguen esas diferentes valoraciones teniendo en cuenta el origen de las personas, su entorno cultural y social, grado de educación, mayor o menor calidad de vida, inclusión o exclusión socioeconómica y otros aspectos que quizás se me escapen? Debe haber un parámetro que nos iguale en algún punto a la hora de decir “esto es malo, esto no lo es” o “esto es peor que aquello”, algo que nos permita saber que estamos entre personas de bien aun cuando tengamos valoraciones disímiles de un mismo hecho. No es lo mismo que a alguien le digan que un familiar cercano puede llegar a padecer una grave enfermedad y no inmutarse y que, esa misma persona, rompa en llanto porque le robaron la moto. No se trata de hacer un estudio psicológico o social de esa persona, porque –ya se ha dicho- estamos hablando de gente de bien y no importa aquí si es humilde o adinerada. La cuestión pasa por otro lado: tal vez tenga que ver con el mensaje que esa persona recibió de su entorno y de la sociedad toda al momento de moldearse como tal. Si para mí la escala de valores es inversa, no implica que sea mejor o peor. Sólo marca una perspectiva distinta para ver los hechos. ¿Y los valores? Sieguen allí, en el plano del deber ser, inmanentes, constantes pero irrealizados.
© Juan José Mestre
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