martes, septiembre 25, 2012

UN TOQUE DE DISTINCIÓN



Lilia Gandolfo de Martino era una mujer que dejaba huellas. Ya fuera en la vida o en tu memoria. No podía pasar desapercibida. Dueña de una belleza sin par y de los ojos más celestes que he visto en mi vida, poseía un donaire que causaba envida. Era el alma de la casa. Inquieta, luchadora, emprendedora, hacía de las pequeñas cosas un deleite. Cuando llegaba con el mate al estudio de Carlos, donde estudiábamos con Leti, era poco menos que una fiesta. Porque era graciosa, divertida, ocurrente. Con mucho, se quedaba diez minutos, pero era suficiente para hacernos reír con cosas como “me gusta el flaco porque es el único que se ríe en mi cara de lo que digo” o “¡qué feliz sería el Flaco si viviera con nosotros!”. Leticia estallaba y le respondía  que yo tenía mi familia. Pero algo de razón tenía. La pasaba muy bien en la casa.  Era un motivo para salir de mi soledad consuetudinaria. Sin decir ni mu, Lilia le arrancaba de las manos el mate a Leti y partía a comprar provisiones con su perrita.  Hay que decir que, siendo muy joven había cuidado de sus suegros con verdadera unción. Es que amaba profundamente a su esposo y su familia. Por eso apenaba tanto ver a Lilia deprimida. La casa se volvía triste, oscura, silenciosa. Pero cuando salía de ostracismo en el que se sumía, se oían sus pasos  presurosos, sus afirmaciones sin rodeos, dichas sin pensar, sin filtro.   La recuerdo casi siempre vestida con ropa color crudo, con sus aires de ardilla, en su ir y venir diario. Leti, un día, me dijo:”¿Sabés Flaco? Tu mamá y la mía son personas distinguidas por la forma en que cuidaron a  sus enfermos”. Tenía razón.


© Juan José Mestre.



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