domingo, septiembre 09, 2012

DOS RELATOS





EL PICHI


El hecho de ser el loco institucional de la comunidad le daba ciertos privilegios y muchos sinsabores: El Pichi era un chico - aun cuando tuviese 40 y pico de años- al que todos mirábamos con un poco de simpatía, lástima, temor y rechazo, envuelto en el paquete con moño brillante de hipocresía sonriente; todo por no quedar como unos sátrapas a la hora de enfrentar las miradas de nuestro círculo social. Lo cierto es que ese niño-hombre era todo un desafío para esa estructura pacata de ingeniería social de provincias. Y despertaba controversias. Se hacían verdaderas clases magistrales en nuestras charlas de café cuando él aparecía por la esquina. Que era agresivo; que capaz que te escupiera si no le comprabas la estampita; que sólo se defendía de nuestras propias agresiones... todo en voz baja, para que no oyeran los demás parroquianos, que hablaban exactamente de lo mismo. Eso sí: en la oportunidad en que no se hacía ver por las calles, hasta la radio local se hacía eco de su desaparición. Conmigo sucedió algo extraño. O tal vez fuese normal que ocurriera: al ofrecerme una estampita de San Cayetano, le mentí. Sí, así como les digo: 2no tengo plata", argumenté. En ese instante, El Pichi, el tonto del pueblo, me miró y con su más amplia sonrisa, llena de conmiseración y ternura, en su media lengua -exactamente igual a la mía- le asestó el más brutal golpe a mi Ego:"Te la regalo", me dijo, dándome una palmada en el hombro.


© Juan José Mestre


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EL DÍA DEL NAZARENO


La plaza del pueblo, por la noche, gana en tinieblas y ánimas lo que el verde y las gentes han dejado durante las horas del día. No en vano, en las épocas fundacionales, ese predio fue el primer cementerio que los colonos irlandeses y belgas improvisaron, al darse cuenta de la imposibilidad de seguir enterrando muertos detrás de la capilla. Pero El Pichi, acostumbrado a dormir allí, no hacia caso a esas cosas. A fuer de sincero, no creo que siquiera tuviera noción de ello. Estaba cercana el alba, cuando lo despertaron unas voces. Trató de escapar, pero ya estaba rodeado. Los vándalos le propinaban una paliza feroz, con toda la barbarie de la que hacían gala para demostrar que eran "normales". El escarnio, la humillación, la locura, se mezclaban con los sonidos guturales que la sangre y su media lengua le permitían emitir. Las bestias continuaron con su trabajo: sintió que lo penetraban repetidas veces. Volvió a gritar al cielo y no obtuvo respuesta. De lo último que pudo percatarse, fue del lacerante dolor que le provocaba un alambre de acero al que lo aferraban. Oscuridad total.

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La mañana estaba clara y fría. Los primeros rayos de luz desnudaron la negra silueta de una cruz obscena, execrable, macabra. Colgando del mástil del monumento mayor, se recortaba la figura inerte de El Pichi. Parecía que el pueblo, envuelto en la vorágine de un tiempo que siempre se empeña en regresar, estuviera en ese instante llorando su propio Calvario. Sólo que, en ese momento, supo que aquí no había resurrección posible. Porque el tonto del pueblo se recuperó de las heridas físicas. Pero, poco a poco, su presencia en las calles fue tornándose cada vez más infrecuente y hoy, únicamente algunos de los vecinos recordamos si vive aún.

© Juan José Mestre

Nota: este relato es lamentablemente real.



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